Todas las entradas de: Tania Lezcano

Poco a poco

Poco a poco observando. Poco a poco alejándome. Poco a poco me desintegro, me deshago en cenizas que vuelan por los montes. Desaparezco del mundo, me alejo más y más de ti. Poco a poco te voy perdiendo, y no me doy cuenta. Poco a poco te desvaneces de mis pensamientos, desapareces de mi vida. Tan poco a poco que apenas lo percibo. Como un árbol que va perdiendo sus hojas, no lo siento, pero al final me encuentro desnuda ante nadie, porque ya te has ido.

Poco a poco reviento al sentir la soledad. Poco a poco respiro cuando vuelvo a suspirar. Poco a poco mi vida va perdiendo sentido, pero hasta ahora no me di cuenta. Pensé que podría seguir, que mi vida no estaba atada, que sola nadie me dañaría, que podría seguir. Y, sin embargo, me encuentro sola, en una playa desierta, donde nadie chapotea, donde nadie dice nada, donde no hay nadie.

Poco a poco me di cuenta de que estabas junto a mí, aunque estuvieras lejos. No te quise sentir cerca, pensé que no era así y te fui perdiendo poco a poco. El precioso amanecer de una esperanza. La delirante agonía de haberte tenido, y nada será igual. Te fui perdiendo y te perdí. Ojalá pudiera dar marcha atrás y elegir otro camino. Pero no puedo. He de seguir por mi propio camino. He de aceptar que te he perdido. Que no volveré a tenerte y que me has olvidado. No te culpo. El destino así lo quiso. Y así lo hizo. Poco a poco te fui perdiendo. Poco a poco te olvidé. Poco a poco me di cuenta de que no te necesitaba. Poco a poco fui echando de más todo lo que me dijiste. Dejó de significar algo para mí. Poco a poco te olvidé.


Foto:
«Desenfocado», por Caótica

Caminando

Caminando. Caminando y observando. La gente. El olor. El ambiente. El humo. La polución. Los ojos. Los cuerpos. La velocidad. Los caminos. Observando a mi alrededor. Nunca me había detenido y mirado a los demás. Y aun así estoy sola. Tanta gente, tantas personas, y cada una con múltiples historias que contar. Y no las escuchamos. Cada una es un mundo. Hasta es posible que en un futuro las conozca y se introduzcan en mi vida, dejando una huella más o menos grande, y quizá también un corazón lleno de vida o puede que herido.

Caminando y observando. El ruido. Las sonrisas. Las miradas. Los colores. Las verdades. Las mentiras. El dolor y la alegría. Tantos caminos que escoger y tan poco tiempo para recorrerlos. O me equivoco o acierto, pero siempre me pregunto qué habría sucedido si hubiera elegido el contrario. Tantas palabras que pronunciar y tan poco atrevimiento para hacerlo. Tantas cosas buenas que hacer y tan pocas veces nos decidimos por ellas. Tantas miradas y sonrisas lanzadas y tan poca facilidad para interpretarlas. Tanto dolor para tan poco gozo.

Caminando y observando. Que aunque me sienta sola, no soy la única. Tanta gente perdida en la gran ciudad, durmiendo en la calle. Tantas personas con hogar y, sin embargo, perdidas en su propia mente, en su propio corazón. Tanta tristeza que se introduce en nuestros cuerpos, asesinando a la alegría. Tanta esperanza triturada en la batidora de la resignación. Tanta tontería…

A veces quisiera subir a un acantilado y gritar que estoy viva. Que no todo el mundo puede decir lo mismo. Que sufro, sí, pero también como, bebo, duermo, tengo amigos y familia. ¿Para qué más? Como me dijo un sabio de la calle: Todo llega, y si aún no lo ha hecho, será por algo. Todo llega, y tenemos toda la vida para esperar. Y si no llega, ¿qué más da? Existen otros caminos para compensar.
Que la vida está para vivirla y no para limitarla. Tira por la borda los horarios y las prisas y vive, que no sabes si mañana estarás igual que hoy. Yo estoy viva, y eso ya es mucho.

Foto: «Destinos», por Caótica

El final

Hoy he sentido el frío aliento de la muerte tras mi nuca. Una suave brisa que me ha puesto los pelos de punta. Sí, estoy sintiéndolo de nuevo. La muerte me ha tocado, me está susurrando que desaparecerás en breve de mis pensamientos. La muerte de un amor frustrado, sí. Un amor correspondido pero imposible. Duele, claro que duele. Pero creo que se acabó.

De nuevo estuve. De nuevo te vi. De nuevo me hablaste, pero nada más. Apenas compartimos momentos. Apenas pude preguntarte cómo te va todo. Apenas… Hasta hubo el momento oportuno del que tantos hablan y casi nadie experimenta. Pues sí en esta ocasión. Hubo un momento para que sucediera. Estábamos solos dentro de un bar, mis amigas más alejadas, y sin embargo nos limitamos a hablar, tanto tú como yo, reprimiendo el deseo de lanzarnos a los labios, demostrándolo tan solo mirándonos fijamente a la boca, ¿verdad? Y perdiendo el hilo de la conversación también. Lo noté, lo notaste, pero sencillamente no pasó. Supongo que no tenía que pasar. Tú estabas muy cansado y una persona muy allegada a mí se encontraba cerca. Sí, quizá no era la situación ideal, pero nadie nos veía. Aunque yo pienso que todo sucede o no sucede por algo. Aquella vez ocurrió porque tenía que ocurrir; y ahora no ha sucedido porque, simplemente, no debía suceder.

Pero aun así, yo no podía evitar posarme espiritualmente en el rojo de tus labios mientras tú los movías con salero recordando aquella vez. Yo te escuchaba, recordaba, sonreía y, lo que es mejor, revivía. Pero no pasó. Así que, tras esta última experiencia, tengo el presentimiento de que lo que siento yo por ti va a morir, pues la misma muerte me lo ha susurrado hoy al oído. Supongo que es algo bueno. Supongo que significa mi libertad.

Rimas I

Sentidos que llegan a mi corazón,
y todo continúa girando a mi alrededor.
Mas yo pienso que es tan solo tu recuerdo
pero veo que el ardor que siento dentro no es solo eso,
no, es más que eso, es verdadero,
no es ningún juego, es amor y solo eso.

Porque gris el cielo no se vuelve
si no es por las nubes,
porque el verde de la hierba
con mucha agua se consigue,
porque si tu corazón ha dejado de latir,
mejor será que me aleje de aquí,
que desaparezca y deje de sufrir,
pues si el amor es ternura,
yo no sé qué me pudo ocurrir.

Largos caminos se pierden en el lejano horizonte,
otros nuevos aparecen al llegar la medianoche,
el rugir de cada ola,
el suspiro de dos bocas
en un jardín de amapolas,
que juguetean ardientes,
pegadas las dos personas.

Mas la envidia del destino los separa,
el muy mezquino, los aleja de sí mismos,
dejándolos sin sentido de un fino hilo tendidos,
sin responder las preguntas que ellos hacen entre llantos,
de porqué se les aleja si aún están enamorados,
de porqué se les separa, de porqué vivir no pueden,
si ellos nunca han hecho daño, si no provocan engaños,
porqué a través de los años conseguirá el ruin destino
que ninguno lo recuerde, que ninguno aquello extrañe,
que estén siempre condenados,
que yazcan abandonados en un terreno desnudo,
sin más amparo que el dolor de no tenerse,
de haberse perdido antaño,
de aún sentirse vinculados,
de lamentar no tener sus corazones atados,
el amor como candado
y el sentido común y la razón sencillamente…
abandonados.

Espiral

Venga, un poco más. No andas descaminado. Sólo un poco más. Ya has dicho algo, aunque no a mí, pero lo has dicho. A una amiga mía. Ahora sólo espero. Estoy esperando que me digas a mí que me has engañado durante dos años y que he sido tan idiota de tragármelo y enamorarme de ti. Sí, espero que me digas eso. En realidad sería hasta positivo. Sí. Si me dijeras eso, ¿sabes lo que sucedería? ¡Que me olvidaría de ti! Sí, aunque parezca increíble… ¡me olvidaría de ti! Me encuentro como en una espiral, dándole las mismas vueltas a todo, intentando adivinar qué te sucede… es como una espiral.

Pero no, ¡qué va! Continuarás sin decirme ni lo uno ni lo otro. «¿Me quieres?», «No puede ser». «¿Me has engañado?», «No, Tani, eso no». ¿Por qué demonios no te lo curras un poco y te inventas aunque sea una mentira? Dime lo que sea, ¡pero dímelo ya! Hay dos claves para olvidarte: saber qué sientes realmente y saber qué está estropeando poco a poco tu vida, consumiéndola como un cáncer.

No tengo más que decir, tan sólo unos versos, adaptado el adjetivo a ti, claro:

Mientras tanto pasan las horas,
sueño que despierto a su vera,
me pregunto si estará solo,
y ardo dentro de una hoguera.

(Extremoduro)

Foto: «Espiralespiralespiral», por Caótica

¡Gritaré!

Gritaré. Gritaré hasta más no poder. Gritaré hasta que mi garganta se desgarre. Hasta que mis cuerdas exploten. Hasta que mi corazón escape por la boca. Gritaré porque nada va bien. Porque esperanzas resurgen de las cenizas del infierno y regresan a él de un nuevo golpe. Porque las ilusiones mueren cual cruel juego de azar manejado por manos amigas. Porque de repente el mundo se vuelve contra mí y me abandona a mi suerte, deshaciendo promesas que se juraron con la magia de la amistad.

Gritaré. Desapareceré en un lugar donde nadie pueda encontrarme y gritaré. Sólo gritaré. Hasta que mi alma reviente. Hasta que la oscuridad y la soledad se conviertan en mis fieles compañeras, que nunca me abandonen. Gritaré hasta que la luz que me rodea desaparezca. ¡Es una farsa! Una auténtica mentira repleta de más mentiras.

Porque acabo de descubrir que no se puede confiar en nadie. Sí, es una tontería lo que me ha sucedido, pero me ha dolido. Porque dos meses antes se planea un tiempo fantástico con una excelente compañía y, poco a poco, esa compañía desaparece, la gente se raja, se retira del plan porque ha surgido uno mejor, abandonándome, aun sabiendo que ese plan es mi mayor sueño ahora mismo y que deseaba llevarlo a cabo con ellos. Pero ya está. Se acabó. Deberé hacerlo yo sola sin nadie más. Nadie más. Yo sola. Pero antes seguiré gritando. Gritaré. Hasta que mi garganta se desgarre. Hasta que mis cuerdas exploten. ¡Gritaré!

Foto: «Faces», por Caótica

Esperando

Esperando. Esperando. Y sigo esperando. ¿A qué? A ti. ¿Por qué? Porque sí. Esperándote. Sigo esperándote y la verdad es que no sé porqué. Sólo sé que permanezco sentada, acurrucada entre mis rodillas, esperando que aparezcas y me des la mano. Y te sientes conmigo. Y me abraces. Y me digas que no pasa nada. Que estás conmigo aunque no esté contigo. Y me beses.

Por eso sigo esperando. Esperando un abrazo que no llegará, un beso que se perdió en el viento y unas palabras a las que el silencio asesinó. ¿Por qué continúo sentada? Porque no puedo levantarme. Sólo puedo esperar. Mi corazón escapa cuando escucho tu voz. Mi imaginación echa a volar y ya no te oigo, sólo te imagino.

Por eso sigo esperando. Esperando que tu voz llegue a mis oídos y me susurre tiernamente que nunca me dejarás. Que sí llegaste a quererme. Que aún me quieres… Mas aunque sé que esto es imposible, sigo esperando. Esperando que el dolor huya y me abandone de una vez. Que tu mirada vuelva a iluminar mi camino y mis deseos. Mis esperanzas y metas. Que tú estés ahí de nuevo. Esperando. Sigo esperando. Seguiré esperando.


Foto:
«Waiting», por Caótica

Sólo un sueño

Por fin. Por fin. Por fin me tumbé en la verde y húmeda hierba del parque del Retiro. Por fin pude disfrutar del sol y de la brisa de la sombra. Del azul del cielo despejado de nubes. Del cantar de los pajarillos, que también osaban acercarse y posarse sobre mi bolso o mis zapatos. De su revoloteo y juego continuo entre los árboles.

Por fin cerré los ojos y me dejé llevar a un sueño profundo. Por fin me permití soñar, tras tanto tiempo en la realidad. Soñé con que ese momento no llegara nunca a su fin; con que los pajarillos me regalaran eternamente su precioso canto, más relajante que cualquier creación artística del ser humano; y, cómo no, soñé contigo. Tenía los ojos cerrados, pero en el horizonte veía tus ojos. Sólo tus ojos. Poco a poco tu figura se fue componiendo: tu sonrisa, tu pelo, tu cuerpo… Me guiñas un ojo. Sonrío. ¡Ahora no puedo abrir los ojos! ¡No debo! Si lo hago, te desvanecerás y la luz del sol me dañaría. Es mi única oportunidad para verte. Sonríes de nuevo y te aproximas. Sigo sonriendo. Cierras los ojos y te acercas más a mí. Vas a besarme. Cierro los ojos aun teniéndolos ya cerrados. Quiero sentir tu beso.
Pero no. Mi amigo me despierta y abro los ojos, inquieta. No. ¡Maldita sea! ¡Desapareciste! Otra vez. Desapareciste. Fue un sueño. Sólo uno más, uno de tantos. Fue sólo un sueño.


Foto:
«Retiro», por Caótica

Tu voz

Un granito de arena arrastrado por el viento. Un granito más otro granito, y otro más… Y se formó la duna. ¡Y la duna se derrumbó! ¿Por qué? Porque volví a escuchar tu voz. Tu voz. Profunda y penetrante. Una de esas voces que a mí tanto me gustan y que me hacen alterar… Tu voz.

Fui creando una montaña con pequeñas cosas positivas que me iba brindando ahora la vida. Me iba alimentando de los placeres de una nueva vida sin ti (no por ello mejor). Pero esa duna que creé, esa montaña que tanto esfuerzo me ha llevado construir, ¡se derrumbó!

Pero no estoy triste… oh, no, qué va. Al contrario. Me encantó hablar contigo. Me encantó volver a escucharte decir cosas que echaba de menos. Tonterías, meras tonterías. Pero TUS tonterías al fin y al cabo. Juraste que querías verme. Yo te dije que no faltaba mucho.

Pero no voy a dejar que la ignorancia y la ingenuidad de antes me arrastren. No. Voy a estar contigo. Porque quiero. Pero no cerraré las puertas que se me abran de ahora en adelante. Te quiero y lo sabes. No puede ser. Así que lo aceptaré. Ya está aceptado. Pero quiero besarte. Lamento ser tan clara, pero yo poseo la claridad de la que tú careces. Y es así. Quiero besarte de nuevo. Sí. Quiero tocarte. Aun sabiendo que nada más puede pasar, quiero hacerlo. Quiero besarte.

Y quiero que al despertar, agazapada entre tus brazos, me susurres al oído cosas preciosas, y que tu voz se convierta en mi cómplice, en mi seguridad, en mi sueño. Quiero que tu voz no desaparezca nunca de mis recuerdos. Que si alguna vez he de olvidar todo lo que fuimos, la voz permanezca. Quiero recordarla. Quiero que, en mi lecho de muerte, antes de morir, lo último que oiga sea tu voz susurrándome al oído que aún me quieres. Porque es especial. Porque es única. Porque es tu voz. A pesar de los comentarios absurdos que puedan salir de tu boca; a pesar de las frases ridículas que articulan tus labios; a pesar de todo eso, es tu voz. Tu voz. Tu voz y nada más.

Foto: «Amanecer», por Caótica

Noche de verano

Es de noche, en teoría una noche de verano, aunque prácticamente no lo parezca. A pesar de la brisa, algo fría, que sopla, me asomo a la ventana. Silencio. No respiro. Más silencio. La ciudad duerme. Todos aprovechan la noche para refugiarse en sueños, la mayoría provocados por el subconsciente, en los que se vislumbran problemas o placeres que las personas guardan en sus cabezas.

Debería deshacer la cama y meterme. Mañana es un día rutinario, de trabajo. Pero a mí me parece diferente. Asomada a la ventana, observo cómo, mientras la gente duerme, el tiempo continúa pasando. Es un día de esos en los que se reflexiona acerca de la vida en general. Y es que ningún día es igual al anterior, ahora estoy más segura que nunca. Una vez metido en la cama e hipnotizado por un sueño profundo, no sabes qué venturas y desventuras traerá consigo el siguiente amanecer, ni siquiera la siguiente hora, el siguiente minuto o el futuro segundo que roza el presente y ya es pasado.

En un momento como éste, acogida por una preciosa luna, múltiples y maravillosas estrellas y, aunque fría, una delicada brisa, pienso… Pienso que es cierto, que la vida existe para vivirla, para darse cuenta de que cada cual es dueño de la suya y que no hay ninguna más para utilizar como motivo para desaprovechar esta. Es un juego de palabras, pero acertado… ¿o no? Alguien nos ha puesto aquí para que apreciemos el valor de lo que no se ve y que realmente es importante: la amistad, el amor, la afectividad, el cariño… esos sentimientos que todos llevamos dentro, que nos hacen ser semejantes y sin diferencias de clases, ni razas, ni riqueza ni pobreza, y que, por mucho que avance todo, no los paga y nunca los pagará el tan sucio dinero, que todo lo desea.

También hemos sido colocados aquí para apreciar lo que nos rodea. Y no me refiero a la piscina que hay enfrente de casa o a la consola del vecino… oh, no, amigos. No hay más que mirar al cielo: en el día, para observar las juguetonas nubes que gustan de formar imágenes; y en la noche, para apreciar la luna, las estrellas, y el brillo de cada una de ellas. También se puede salir de la ciudad en que se vive y, sin alzar la cabeza al cielo, se puede sentir el corazón acelerarse al ver un precioso bosque, con sus graciosos animalillos; o praderas; o el océano, con sus sinuosas olas saludando y despidiéndose a la vez; o, simplemente, montañas, grandes o más pequeñas, coronadas por una maravillosa capa de nieve.

O, sin ir más lejos, se puede apreciar el valor de la vida al descubrir que alguien te ofrece su hombro para llorar, que alguien te hace llorar a ti para que abras los ojos y veas la realidad, que alguien te apoya y te hace reír… o, simplemente… al alzar los ojos, cansados de llorar, y, sintiendo al corazón su ritmo acelerar, descubrir una sonrisa o una mirada que te hace temblar…

Foto: «Atardece», por Caótica


PD:
Un texto del día 12/07/07