Todas las entradas de: Tania Lezcano

Sólo un sueño

Por fin. Por fin. Por fin me tumbé en la verde y húmeda hierba del parque del Retiro. Por fin pude disfrutar del sol y de la brisa de la sombra. Del azul del cielo despejado de nubes. Del cantar de los pajarillos, que también osaban acercarse y posarse sobre mi bolso o mis zapatos. De su revoloteo y juego continuo entre los árboles.

Por fin cerré los ojos y me dejé llevar a un sueño profundo. Por fin me permití soñar, tras tanto tiempo en la realidad. Soñé con que ese momento no llegara nunca a su fin; con que los pajarillos me regalaran eternamente su precioso canto, más relajante que cualquier creación artística del ser humano; y, cómo no, soñé contigo. Tenía los ojos cerrados, pero en el horizonte veía tus ojos. Sólo tus ojos. Poco a poco tu figura se fue componiendo: tu sonrisa, tu pelo, tu cuerpo… Me guiñas un ojo. Sonrío. ¡Ahora no puedo abrir los ojos! ¡No debo! Si lo hago, te desvanecerás y la luz del sol me dañaría. Es mi única oportunidad para verte. Sonríes de nuevo y te aproximas. Sigo sonriendo. Cierras los ojos y te acercas más a mí. Vas a besarme. Cierro los ojos aun teniéndolos ya cerrados. Quiero sentir tu beso.
Pero no. Mi amigo me despierta y abro los ojos, inquieta. No. ¡Maldita sea! ¡Desapareciste! Otra vez. Desapareciste. Fue un sueño. Sólo uno más, uno de tantos. Fue sólo un sueño.


Foto:
«Retiro», por Caótica

Tu voz

Un granito de arena arrastrado por el viento. Un granito más otro granito, y otro más… Y se formó la duna. ¡Y la duna se derrumbó! ¿Por qué? Porque volví a escuchar tu voz. Tu voz. Profunda y penetrante. Una de esas voces que a mí tanto me gustan y que me hacen alterar… Tu voz.

Fui creando una montaña con pequeñas cosas positivas que me iba brindando ahora la vida. Me iba alimentando de los placeres de una nueva vida sin ti (no por ello mejor). Pero esa duna que creé, esa montaña que tanto esfuerzo me ha llevado construir, ¡se derrumbó!

Pero no estoy triste… oh, no, qué va. Al contrario. Me encantó hablar contigo. Me encantó volver a escucharte decir cosas que echaba de menos. Tonterías, meras tonterías. Pero TUS tonterías al fin y al cabo. Juraste que querías verme. Yo te dije que no faltaba mucho.

Pero no voy a dejar que la ignorancia y la ingenuidad de antes me arrastren. No. Voy a estar contigo. Porque quiero. Pero no cerraré las puertas que se me abran de ahora en adelante. Te quiero y lo sabes. No puede ser. Así que lo aceptaré. Ya está aceptado. Pero quiero besarte. Lamento ser tan clara, pero yo poseo la claridad de la que tú careces. Y es así. Quiero besarte de nuevo. Sí. Quiero tocarte. Aun sabiendo que nada más puede pasar, quiero hacerlo. Quiero besarte.

Y quiero que al despertar, agazapada entre tus brazos, me susurres al oído cosas preciosas, y que tu voz se convierta en mi cómplice, en mi seguridad, en mi sueño. Quiero que tu voz no desaparezca nunca de mis recuerdos. Que si alguna vez he de olvidar todo lo que fuimos, la voz permanezca. Quiero recordarla. Quiero que, en mi lecho de muerte, antes de morir, lo último que oiga sea tu voz susurrándome al oído que aún me quieres. Porque es especial. Porque es única. Porque es tu voz. A pesar de los comentarios absurdos que puedan salir de tu boca; a pesar de las frases ridículas que articulan tus labios; a pesar de todo eso, es tu voz. Tu voz. Tu voz y nada más.

Foto: «Amanecer», por Caótica

Noche de verano

Es de noche, en teoría una noche de verano, aunque prácticamente no lo parezca. A pesar de la brisa, algo fría, que sopla, me asomo a la ventana. Silencio. No respiro. Más silencio. La ciudad duerme. Todos aprovechan la noche para refugiarse en sueños, la mayoría provocados por el subconsciente, en los que se vislumbran problemas o placeres que las personas guardan en sus cabezas.

Debería deshacer la cama y meterme. Mañana es un día rutinario, de trabajo. Pero a mí me parece diferente. Asomada a la ventana, observo cómo, mientras la gente duerme, el tiempo continúa pasando. Es un día de esos en los que se reflexiona acerca de la vida en general. Y es que ningún día es igual al anterior, ahora estoy más segura que nunca. Una vez metido en la cama e hipnotizado por un sueño profundo, no sabes qué venturas y desventuras traerá consigo el siguiente amanecer, ni siquiera la siguiente hora, el siguiente minuto o el futuro segundo que roza el presente y ya es pasado.

En un momento como éste, acogida por una preciosa luna, múltiples y maravillosas estrellas y, aunque fría, una delicada brisa, pienso… Pienso que es cierto, que la vida existe para vivirla, para darse cuenta de que cada cual es dueño de la suya y que no hay ninguna más para utilizar como motivo para desaprovechar esta. Es un juego de palabras, pero acertado… ¿o no? Alguien nos ha puesto aquí para que apreciemos el valor de lo que no se ve y que realmente es importante: la amistad, el amor, la afectividad, el cariño… esos sentimientos que todos llevamos dentro, que nos hacen ser semejantes y sin diferencias de clases, ni razas, ni riqueza ni pobreza, y que, por mucho que avance todo, no los paga y nunca los pagará el tan sucio dinero, que todo lo desea.

También hemos sido colocados aquí para apreciar lo que nos rodea. Y no me refiero a la piscina que hay enfrente de casa o a la consola del vecino… oh, no, amigos. No hay más que mirar al cielo: en el día, para observar las juguetonas nubes que gustan de formar imágenes; y en la noche, para apreciar la luna, las estrellas, y el brillo de cada una de ellas. También se puede salir de la ciudad en que se vive y, sin alzar la cabeza al cielo, se puede sentir el corazón acelerarse al ver un precioso bosque, con sus graciosos animalillos; o praderas; o el océano, con sus sinuosas olas saludando y despidiéndose a la vez; o, simplemente, montañas, grandes o más pequeñas, coronadas por una maravillosa capa de nieve.

O, sin ir más lejos, se puede apreciar el valor de la vida al descubrir que alguien te ofrece su hombro para llorar, que alguien te hace llorar a ti para que abras los ojos y veas la realidad, que alguien te apoya y te hace reír… o, simplemente… al alzar los ojos, cansados de llorar, y, sintiendo al corazón su ritmo acelerar, descubrir una sonrisa o una mirada que te hace temblar…

Foto: «Atardece», por Caótica


PD:
Un texto del día 12/07/07

Abrazada a ti

Abrazada a ti. Que el mundo se acabe, que se parta en dos, pero abrazada a ti. Que mi mente muera y mi corazón deje de latir porque los años pesan, pero abrazada a ti. Que nada tenga sentido o de repente todo lo tenga. Que la luz del sol se torne negra si lo desea, pero yo abrazada a ti.

Que las guerras sean las tristes protagonistas de este mundo, que la miseria se extienda aún más por el planeta, que la desgracia se abalance sobre todos nosotros, pero abrazada a ti. Que el cielo deje de ser azul, que la rutina sea la dueña de nuestras vidas o que el trabajo se termine, pero yo abrazada a ti.

Que el mundo de repente cure sus propias heridas, que la gente corrija sus errores, que la solidaridad abunde, pero abrazada a ti. Aunque de un día a otro el mundo se acabe y no haya nada ni nadie en el mundo… que no haya nadie en el mundo… pero siempre yo abrazada a ti.

Foto: «Solysombra», por Caótica

A veces

Tirando todo a un vacío existencial. A veces quiero volver al pasado y no hacer tantas cosas que he hecho y no debería. No debería estar aquí ni tampoco allí. No debería estar, sin más. Nada funciona, nada sale bien. Cuando parece que por fin retomo el camino tras un mal paso, no tarda en aparecer otro charco que me empapa de nuevo y me hace caer.

A veces quiero poder rebobinar el tiempo, poder ir atrás, cuanto más mejor, y desaparecer por donde aparecí, o por otro lugar, me da igual. ¿Para qué esforzarse en algo si luego sale mal de todas formas? ¿Para qué subir a lo alto de la montaña si cuanto más feliz me siento, peor es la caída que luego viene? ¿Para qué?

A veces quiero perderlo todo o que todo me pierda a mí, quiero no estar donde estoy ni como estoy, quiero sentirme segura y saber que el próximo paso que dé no será erróneo: que si decido hacer algo, seguro que saldrá bien; que si estudio con tiempo suficiente, saldrá bien el examen seguro; que si me enamoro, seguro que será bien correspondido… Simplemente, quiero volver atrás.

Foto: «Noche», por Caótica

Tú, mujer

Tú, mujer, que cada noche vives un poco menos. Tú, que cada día sueñas con escapar de su puño de metal. Tú, que cada noche pruebas una y otra vez el frío y férreo sabor del fogón. Tú, mujer, que cada día derramas lágrimas de sangre e intentas evadirte de la realidad. Tú, que deseas cada minuto del día que le haya sucedido algo malo, que no regrese, y cuanto más tarda, ves el cielo cada vez más claro, a pesar de que anochezca.

Tú, mujer, que ya estás cansada de vivir. No. No te confundas. Estás cansada de vivir así, de vivir con miedo, ligada a su voluntad cuando por la noche regresa. Si él quiere, toca hacer el amor. Bueno, así lo llama él. Y si lo prefiere, de nuevo te resignas a sus golpes de puño, que más duelen porque le quieres que por el dolor físico. Al fin y al cabo, las heridas físicas se curan. Y si no, siempre se pueden ocultar con kilos de maquillaje, ¿verdad? Pero todo lo que te dice mientras te golpea no se borrará jamás. Ese maldito cobarde está grabando sus pensamientos de hombre ebrio y pordiosero en la mente de una mujer que triunfaría si lo desease, que podría sonreír una y otra vez al darse cuenta de lo maravilloso que es el amor.

Tú, mujer, ¡despierta! Abre los ojos, sal de esa pesadilla que te abraza una noche y otra también, un día tras otro, minuto tras minuto. Deja atrás ese miedo, sal corriendo, vuelve a sonreír, conoce un nuevo amor, ríe, ¡ríe!

Y si ves que eso no es suficiente, si corre tras de ti a buscarte y “pedirte perdón”, si te acosa, si te amenaza, no lo dudes… ¡AUTODEFENSA, MUJER!

Foto: «Cárcel», por Caótica

Te olvidaré

La melancolía y la nostalgia se han anclado en mi alma. Regresé al lugar. Tanto tiempo hacía que mis pies no pisaban el asfalto que aquella vez pisé contigo. Cada baldosa, cada local, cada pared, cada esquina… todo me recordaba a ti. Cerraba los ojos al caminar y recordaba. Tus caricias, tus besos, tus abrazos. Todo. Pero tú no estabas. No. Te habías esfumado. No te vi. Ni te sentí. Nada. Da igual. Supongo que da igual. Y si no lo da, lo dará.

Pero voy a olvidarlo. Créeme. Voy a olvidarlo todo. Ignoro si es de tu gusto o no, pero lo haré. Dime lo que quieras, no me afecta. Lo olvido. Conseguiré que la próxima vez que camine por esas aceras, entre en esos locales, no me acuerde de ti. Que una rosa me recuerde a tus labios, que en el negro de la noche se reflejen tus ojos… nada. Lo olvidaré.

Mas no es fácil, ¿sabes? Fuiste tú quien pobló mi alma de esperanzas. ¿Por qué no las destruyes con la misma rapidez con que nacieron? No. Eres un cobarde. No lo harás. Soy yo quien ha de salir de este agujero sola. Sí. La próxima vez que vaya allí, a la ciudad de la luz (de tu mirada), de la ternura (de tus manos), de la dulzura (de tus besos), no te recordaré. Serás un vano fantasma perdido en el pasado. No te veré. Y si te veo, haré como que no. No volveré a caer. Saldré. Te olvidaré. ¡Sí! Te olvidaré. Suena tan bien… Te olvidaré.

Foto: «Melancolía», por Caótica

Me voy

Navegando a la deriva, sin un rumbo fijo; izando las velas de mi barco para navegar eternamente, perdida en el mar del recuerdo. Si encontrara un triste islote donde atracar, si encontrara alguien dispuesto a ayudarme, a apoyarme e invitarme a navegar en su barco por otras aguas que no fueran tuyas…

Pero ya basta, se acabó, no puedo más. No me dices ese adiós definitivo que quiero escuchar, pero tampoco me dices que me quieres, lo cual también me gustaría escuchar. No dices nada. Así que se acabó. Soy yo quien se va. No sé adónde ni con quién, pero me voy. Me voy para no regresar. Me voy para no recordarte. Me voy para olvidar. Me voy para siempre. ¿Lo has oído? Para siempre. Siempre. No quiero volver a verte. No quiero volver a saber de ti en mucho tiempo. Quiero que la vida me dé una oportunidad, quiero seguir adelante.

Y no son réplicas, cariño, lo que te estoy diciendo. Ni con tono de enojo lo digo. No. Qué va. ¿Para qué, si no me escuchas? Sólo quiero que lo sepas. Que sepas que eres tú lo que quizá más he amado en mi vida, pero no puede ser. Lo dijiste tú. Sí. Ahora lo digo yo. Ni aunque quisieras de repente venir a mi lado, ni aunque me sujetaras fuerte del brazo para que no me vaya… Hagas lo que hagas, me voy.

¿Adónde? Adonde me lleve el viento. Subiré en mi barco. Sí, ese barco que construí con esperanza, valor y mucho amor. Ese barco que tú me ayudaste a crear. «Para navegar siempre en nuestro mar» dijiste. Ahora me voy en él. Yo. Sólo yo. Sola. Me voy. Me voy para no volver. Me adentraré en mares imposibles, atracaré en islas desiertas y soñaré contigo tan solo un minuto en todo el día, sentiré la brisa marina que me acaricia las mejillas suavemente, provocando en mí el resurgimiento de la esperanza. Saldrá el sol a la mañana, cuando despierte en la isla, y subiré de nuevo a mi barco. Navegaré para siempre. Sola. Siempre sola. Y dejaré que tu recuerdo se hunda en el olvido, y seguiré adelante, dejando atrás todo cuanto fuimos.

Foto: «Barco», por Caótica

Momentos

Cierro los ojos. Y otra vez. Revivo los momentos.

Nos encontramos. Te abrazo. ¡Tanto tiempo sin verte! Te presento a mis amigos. Ellos se adentran en una gran carpa. Yo te guío, y a tus amigos. Entramos. Mucha gente. Demasiada gente. Tú me agarras de la mano para no perderme. Pierdo a mis amigos. ¡Les pierdo! No sé dónde están. El alcohol ha provocado en mí una sensación un tanto extraña. Me siento ausente. No les veo. Pero me giro y estás tú. Y tus amigos. “Les he perdido” te digo. Sonríes. “No pasa nada” musitas, y me tocas el pelo.

Surge en vosotros el deseo de beber algo. Hay un puesto de kalimotxo cerca. “Yo voy” dices. Me agarras de nuevo de la mano y me llevas. Dos cachis. Dos enormes cachis con la marca de Coca Cola en el vaso de cartón. Aún lo recuerdo. Volvemos con tus amigos. Aparece entonces otra sustancia tan cercana a ti: el cannabis. Haces un porro en exclusiva para ti y para mí. Un detalle. Entonces aparece en mí un síntoma que se da siempre que bebo: demostrar mi afecto. Y tú no ibas a ser la excepción. Te abrazo entre palabras amistosas. Tú me correspondes y me besas el pelo. Y suspiras. Sí, suspiras. Y me besas el pelo. Lo siento. Sí. Y susurras: “Mi niña, mi niña guapa”. Sí. Yo cierro los ojos. Estoy tan bien entre tus brazos. Pero un grito fuerte- no sé de quién- me asusta y me devuelve a la realidad. Me aparto. Sonríes. Sonrío. Saco la cámara de fotos y ruego a un amigo tuyo que inmortalice ese momento. Lo hace.

Salimos todos afuera. Se escucha la música de la carpa. Miro a mi alrededor. ¡Estamos solos! ¿Y tus amigos? Se han esfumado. Sonrío y te abrazo de nuevo. Cierro los ojos. Ahora se está tan bien. Me apoyo sobre tu hombro, aún con los ojos cerrados. Los abro un poco. Veo tu boca. No te miro a los ojos, pero sé que me estás mirando. Vuelvo a cerrar los ojos y sonrío. Por fin, por fin. Me besas. Soy feliz. Lo soy. No hay nadie más. Nadie. Sólo suena Extremoduro de fondo. Pero nadie más. Nadie.

Adiós

Adiós. Adiós. Adiós. Una palabra que siento ahora mismo en mi interior. Una palabra que me aleja más de ti. Una palabra que, no obstante, aún no has pronunciado. Aún no he visto tus labios moverse al son de tan triste melodía, ADIÓS. Una palabra tan melancólica, tan indeseable. Pero, sin embargo, una palabra tan pronunciada, tan a menudo. Pero no, no es lo mismo. No es lo mismo escucharla de unos labios ajenos que de los tuyos. Esa palabra, adiós, susurrada por tu boca provocaría en mí otro torrente de agua salada, de lágrimas, de lágrimas con sangre, sangre de mi alma.

Pero, sin embargo, a veces deseo que me mires a los ojos y la pronuncies. Sí, lo deseo. Lo deseo porque si no lo haces mis sueños se aceleran de nuevo y deseo otra vez encontrarme entre tus brazos, dormida, y no despertar jamás. Pronúnciala. Quiero que la pronuncies. No, no quiero. No quiero. ¡Pero es tan difícil vivir así! Sin saber cuál es tu sentimiento hacia mí pero tampoco escuchar una palabra que me aleje de ti definitivamente. ¿Por qué no lo dices? También sabes que si todo ha sido mentira, debes decírmelo. Pero no lo haces. No haces nada. No me dices que me has engañado durante tanto tiempo, mas tampoco me dices «Adiós, olvídame». A veces lo deseo, juro por mi nombre que lo deseo.

«¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!» dijo un sabio poeta chileno. ¡Y qué gran verdad escapaba de su pluma y de sus labios! ¿Por qué? Dime adiós, dímelo. Te ruego que me lo digas. Es más fácil olvidar a una persona cuando, a pesar de haber poblado mi alma de esperanzas, tal y como las creó, las destruye. Dime «Adiós, pequeña. Olvídate de mí, no puede ser». Dime eso. Dímelo y podré continuar. Necesito escuchar de tus labios ese adiós definitivo, ese adiós decisivo, ese adiós que dé paso a una nueva etapa de mi vida, lejos de ti, de tus besos, tus caricias y tus palabras. Lejos, muy lejos. Dime adiós.

Foto: «De viaje», por Caótica