Noche de verano

Es de noche, en teoría una noche de verano, aunque prácticamente no lo parezca. A pesar de la brisa, algo fría, que sopla, me asomo a la ventana. Silencio. No respiro. Más silencio. La ciudad duerme. Todos aprovechan la noche para refugiarse en sueños, la mayoría provocados por el subconsciente, en los que se vislumbran problemas o placeres que las personas guardan en sus cabezas.

Debería deshacer la cama y meterme. Mañana es un día rutinario, de trabajo. Pero a mí me parece diferente. Asomada a la ventana, observo cómo, mientras la gente duerme, el tiempo continúa pasando. Es un día de esos en los que se reflexiona acerca de la vida en general. Y es que ningún día es igual al anterior, ahora estoy más segura que nunca. Una vez metido en la cama e hipnotizado por un sueño profundo, no sabes qué venturas y desventuras traerá consigo el siguiente amanecer, ni siquiera la siguiente hora, el siguiente minuto o el futuro segundo que roza el presente y ya es pasado.

En un momento como éste, acogida por una preciosa luna, múltiples y maravillosas estrellas y, aunque fría, una delicada brisa, pienso… Pienso que es cierto, que la vida existe para vivirla, para darse cuenta de que cada cual es dueño de la suya y que no hay ninguna más para utilizar como motivo para desaprovechar esta. Es un juego de palabras, pero acertado… ¿o no? Alguien nos ha puesto aquí para que apreciemos el valor de lo que no se ve y que realmente es importante: la amistad, el amor, la afectividad, el cariño… esos sentimientos que todos llevamos dentro, que nos hacen ser semejantes y sin diferencias de clases, ni razas, ni riqueza ni pobreza, y que, por mucho que avance todo, no los paga y nunca los pagará el tan sucio dinero, que todo lo desea.

También hemos sido colocados aquí para apreciar lo que nos rodea. Y no me refiero a la piscina que hay enfrente de casa o a la consola del vecino… oh, no, amigos. No hay más que mirar al cielo: en el día, para observar las juguetonas nubes que gustan de formar imágenes; y en la noche, para apreciar la luna, las estrellas, y el brillo de cada una de ellas. También se puede salir de la ciudad en que se vive y, sin alzar la cabeza al cielo, se puede sentir el corazón acelerarse al ver un precioso bosque, con sus graciosos animalillos; o praderas; o el océano, con sus sinuosas olas saludando y despidiéndose a la vez; o, simplemente, montañas, grandes o más pequeñas, coronadas por una maravillosa capa de nieve.

O, sin ir más lejos, se puede apreciar el valor de la vida al descubrir que alguien te ofrece su hombro para llorar, que alguien te hace llorar a ti para que abras los ojos y veas la realidad, que alguien te apoya y te hace reír… o, simplemente… al alzar los ojos, cansados de llorar, y, sintiendo al corazón su ritmo acelerar, descubrir una sonrisa o una mirada que te hace temblar…

Foto: «Atardece», por Caótica


PD:
Un texto del día 12/07/07