No se trata de un conflicto lejano al que podemos mostrar nuestra solidaridad, sino que incumbe de lleno a nuestro gobierno y es nuestra responsabilidad exigir que actúe correctamente.
Seguir leyendo Érase una «izquierda» que traicionó al Sáhara
No se trata de un conflicto lejano al que podemos mostrar nuestra solidaridad, sino que incumbe de lleno a nuestro gobierno y es nuestra responsabilidad exigir que actúe correctamente.
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Carta de España a Catalunya
Una vez más, el discurso del odio llegó para quedarse. Ese odio que desgarra el corazón, la razón, la humanidad, todo lo que tenemos en común y no dejan que florezca. De nuevo, el odio arrasa las calles con trozos de tela ondeando al viento y diciendo que yo soy mejor que tú solo porque a mi trozo de tela le falta una franja roja en medio del amarillo. Y la bomba estalla una vez más, y la clase política se remanga la camisa, se muerde el labio y sonríe ante nuestra autodestrucción.
Millones mueren de hambre en Somalia
y también el pueblo yemení,
la guerra arrasa Siria,
la represión hunde Haití.
La ignorancia vence a Europa
y nos quedamos así,
bostezando sin fin,
mientras un trozo de tela se restriega por el país.
Una bandera raída y descosida,
agria y revenida.
Dicen que somos mejores
por nacer donde nacimos,
y yo no recuerdo el momento
en que firmé el papel divino
en el que accedí a nacer
en este punto bendito.
Las fronteras dividen y no suelen crear mundos mejores. Ninguna frontera que separe a los seres humanos hace un mundo mejor. De hecho, las fronteras solo insisten en la falsa idea de que no somos iguales, de que tú o yo somos diferentes a quien vive en otro lado. Y, generalmente, la diferencia va acompañada de un sentimiento de superioridad o inferioridad. En España nos hemos sentido tradicionalmente inferiores a otros países europeos, pero sin duda superiores a los africanos. ¿Hay algo de real en ello? Seguir leyendo Banderas, fronteras y represión