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Se llama supervivencia

Con el amor por bandera, me pierdo. Perdí el control y salió volando. Se esfumó. Pregunté al viento por qué me arrebataba lo único que me quedaba, y triste me contestó que ya no existía. No queda amor en el mundo. No queda. Ay, si pudiera ser Dios y repoblar la tierra con la fragancia embriagadora de los jazmines, que hiciera desaparecer los malos pensamientos, los malos sentimientos, los malos actos… ¿Cuánto merece realmente la pena? Cuántas lágrimas derramadas por nada, hay tan pocas cosas valiosas en este mundo de hoy, civilizado dicen. Tantos atropellos, tanto dolor. Tanta desgracia, tanta codicia, tanto egoísmo… Estamos condenados a desaparecer por nuestra propia avaricia. El ser humano es la mayor lacra de este planeta.

Queda tanto por lo que luchar y tan poca motivación. Tanta resignación, tanto asesino suelto, aunque no apriete el gatillo. Tanta pobreza, tanto llanto, tanto niño inocente que se queda sin comida. Tanto dolor. Queda tan poco futuro. Tanta resignación. Problemas del tercer mundo que, cada vez más, se trasladan al primero, y no sabemos qué hacer. Tantas personas mueren en el mundo por nuestra culpa. Y no somos capaces de hacer justicia contra aquellos que mantienen la injusticia. Ojo por ojo, y nos quedaremos todos ciegos, decía Gandhi. Da igual. Nos quedaremos ciegos igualmente con la avaricia de algunos. ¿No merece la pena perder la vista luchando por la verdad, por la libertad? Y no pierde la vista aquel que sabe lo que sucede y actúa en consecuencia. Hay tantos ciegos que ya conocen la luz, y tanta vista perdida que vive en la más absoluta oscuridad.

No se trata de guerras ni de conspiraciones. Se llama supervivencia, y nuestros instintos más básicos aparecerán cuando desaparezca toda la máscara que hemos ido forjando a lo largo de nuestras vidas, cuando no tengamos qué comer ni dónde dormir. Estamos abocados a la desaparición si no actuamos ya. Miedo. Dolor. Hay tantos niños que no deben quedarse sin futuro por la inconsciencia de los adultos. Tanta rabia acumulada. Tan poco amor repartido. Pero dicen que la pobreza lleva también la humildad. El amor reaparecerá, y la solidaridad. Tienen que volver. Quiero pensar que el ser humano es bueno por naturaleza, como decía Rousseau. No se trata de guerras ni de conspiraciones. Se llama supervivencia. Y vamos a sobrevivir.

Noviembre

Noviembre. Noviembre. Frío noviembre. Oscuro noviembre. Nostálgico, agónico, triste e interminable noviembre. El cielo se prepara para abrigarse; los árboles, para afrontar desnudos el gélido invierno. Como cada vez más personas en la calle. Gélido invierno.
Tan triste no poder salir a pasear. Tan duro soportar el frío añadido al frío innato de nuestro interior, de nuestra sociedad. Y, enseguida, los anuncios de Navidad. Cada vez más temprano. Cínica fiesta. Deseamos paz y amor mientras asesinamos a medio mundo, mientras los jóvenes huyen despavoridos de una tierra sin más futuro que la lenta agonía, prolongada por señores de negro que prestan dinero a cambio de más pobreza.

Navidad. Absurda fiesta. Regalamos productos manchados con la sangre de otro pueblo; cosméticos nacidos de un ojo perdido de un animal; o, sencillamente, animales que morirán atropellados o apaleados en unos meses.

No hay lugar para la alegría, solo para la vergüenza. Terrible noviembre, línea de salida hacia la inconsciencia y el egoísmo. He dicho.

Duele tanto

No supe ver que te perdía, y me quedé en un rincón, llorando, suplicando que no fuera cierto. Que no podías haberme olvidado, como yo no te he olvidado a ti. Y las montañas se cayeron, el cielo se oscureció y creí morir. Y ahora cruzo la ciudad en la que te vi por última vez, y mis lágrimas se mezclan con las gotas del cristal, heladas por la lluvia. El cielo también llora, y me duele tanto el corazón que a veces creo que va a estallar. La angustia en mi pecho me hace daño, golpea fuerte y me obliga a llorar. Solo así desaparece esa congoja. Y no puedo hablar de amor, y mucho menos de ti, porque los recuerdos vuelven a taladrar mi cabeza, impidiendo que te olvide. Ni siquiera puedo hablar de sexo, tema que a mi edad se escucha en todas partes.

Me duele. Me duele tanto que no quiero volver a querer. Me da miedo, aunque no sé por qué. Si a nadie podré amar como a ti, ni de la misma manera. Te llevaste mi ilusión y mi ingenuidad. Y solo regresarían contigo. Pero tú no vas a volver. Así que está todo dicho.

El tiempo pasa

El tiempo pasa, no en vano. El tiempo pasa. A mi alrededor, todo cambia. La dulce brisa primaveral dejó paso al calor acogedor del verano. Y, de repente, otra vez. Me encuentro sentada en la cafetería de siempre a la llegada del otoño. De nuevo el frío y la lluvia. Y los nubarrones negros. Y las hojas de los árboles, secas, como yo, caen, anunciando la desnudez inminente de un invierno frío. ¿Dónde está la alegría? ¿Dónde están la primavera y el verano? Esas épocas de plenitud y alegría, sin saber bien por qué. Aquellas épocas en que me sobrecogía solo con un susurro. Ahora es el viento quien susurra, y no son buenas palabras.

El tiempo pasa, no en vano. Todo cambia. Yo cambio. Pero no mi amor por ti. No mis ganas de verte. De saber si sentiría lo mismo si volvieras a susurrarme al oído. Pero no pasará. Porque tu primavera llegó, y tu otoño, y también tu invierno. Te encuentras en otra época, y no volveremos a encontrarnos. No de la misma manera. Tú me olvidaste. Pero yo no te olvidé. Se me olvidó hacerlo. Y mi vida transcurre en un bucle sin principio ni fin, atrapada entre mis recuerdos y mis deseos.

Todavía daría lo que fuera por un mensaje tuyo, por una llamada. Es así de triste. Es tan triste como cierto. Y no hay remedio posible. Solo puedo confiar en el tiempo. En el tiempo y en su caprichosa elección de un destino distinto. No tengo más remedio que confiar en él. En que me brinde nuevas oportunidades. Y mientras se decide, continúo recordando un pasado que con certeza sé que no regresará. Los recuerdos no vuelven. Los sentimientos tampoco. Y tú, querido, no serás la excepción.

La espiral

Una espiral. Como una espiral que no tiene final. Un mareo constante. Consciente de que no va a acabar en ningún sitio, y consciente de que, aunque llegara a algo de eso que llaman relación convencional, no terminaría bien. Consciente de todos los errores, no por ello malos. Simplemente errores. Consciente de todo ello, me encuentro en una espiral, pues soy incapaz de olvidar, de poner punto y final.

Rabia, felicidad, tristeza, impotencia… Una marea de sentimientos dentro de mí, cada uno en una parte del camino. Porque no puedo olvidarte, aun sabiendo que nunca será y que, de ser, no funcionará. No puede acabar en nada al final.
¿Por qué? ¿Por qué con tantas razones en mi conciencia, que son suficientes para poner fin a esto, mi subconsciente me ignora?

Es un remolino sin principio ni fin. Si hubiera un principio podría dar media vuelta y salir por ahí. Pero no. Estoy en una estrecha espiral sin ningún motivo. Yo, que siempre he sido tan racional, ¿por qué no puedo salir, si precisamente por razones no debería estar aquí? Estoy reducida al absurdo. Haciendo o no haciendo no se llega a nada. Es como un vacío. Un negro vacío al que llega la espiral.

PD: Un texto del 23/06/12

Sólo un deseo

Mil cometas por el cielo, mil estrellas fugaces, y con cada una un deseo. El mismo deseo: verte. Que mi día se ilumine con tu mirada, que aparezcas por la puerta por sorpresa y me sonrías. Ver tu sonrisa, ver tu mirada. Sólo eso pido, nada más. Perderme en los rincones más oscuros de tus ojos, recorrer cada pelo de tu cabeza con mis labios, acariciar tu barba con mis mejillas, tocar tus orejas con mi nariz, nadar por cada poro de tu cuello y perderme ya, por fin, en la dulzura de tus labios, de tus besos.

Que me agarres con fuerza y me acurruques en tu pecho. Que me susurres al oído esas palabras que luego lamento, pero que me encantan en ese momento. Que me cantes, que me rías, que me excites, que me tengas, que me beses. Que suspiremos, que gimamos, que saltemos, que gocemos, que nada más exista, que el momento no acabe…
Que no haya nada más que tu presencia y la mía, arropadas en la cama, con nuestros cuerpos unidos por el amor que navega entre los dos. Que no me abandones nunca, siempre llevarte conmigo, sentirte por siempre cerca…

Pero todo acaba y no hay nada. No es más que mi deseo y mi sueño. Mira aun así, cariño, lo que me haces escribir, para que luego me pidas que me olvide de ti.

PD: Un texto del 14/05/12

En el laberinto

Pudiera encontrar el cielo
viajando por tu mirada,
deslizándome en tus labios,
acariciando tu cara.

¡Quién pudiera ser cigarro!
Para encenderme en tu fuego,
para mojarme en tus labios
y envolverte en humo entero.

No supe ver el camino
que el destino me marcaba,
me perdí en el laberinto
oculto entre tu mirada.

Nunca deseé salir
de esta trampa edulcorada,
donde navegaban cruces,
penas, lágrimas amargas.

Viví esperando el destino
que mi corazón soñaba,
tenerte siempre en mis brazos…
Mi ingenuidad me engañaba.

Deambulé por la línea
más fina de la esperanza,
esperando un beso tuyo,
esperando una llamada.

Te quise como nunca
creo que vuelva a querer,
y la espina que dejaste
no dejará de crecer.

Mas quién sabe si algún día,
cuando los años dejen atrás las heridas,
si tú me sigues queriendo,
y las circunstancias son distintas,
búscame, porque la vida
da vueltas y muy deprisa,
y puedes imaginar
que aun con el paso del tiempo,
probable es que todavía
no haya podido olvidar,
y que en mi alma desnuda
te claves hasta el final.

Carta a un amigo

Un cielo gris se abalanza sobre mi cabeza. Huele a lluvia, no hay luz, y me pierdo. Me siento tan perdida como tú, tan angustiada. Pienso en lo que te preocupa y me oprime a mí también, porque no hay nada peor en este mundo que no saber. Cuando la imaginación toma el poder con tan pocos datos, los pensamientos y suposiciones acribillan mi cabeza, y ninguna de las ideas es nada buena.

«No puede ser». «Todo es muy complicado». Son frases que resuenan dentro de mí como fantasmas del pasado que nunca se van. Y cada vez me intrigan más. Hechos del pasado por los que te condenas a no ser feliz. El pasado puede ser terrible, pero siempre queda atrás, eso es lo bueno. Siempre se puede superar y tener una nueva vida.

Yo quiero ser tu amiga, esa amiga que recoja tus lágrimas y te regale su hombro. Quiero que confíes en mí, que te desahogues conmigo, que me dejes ayudarte y hacerte feliz. Debe de haber un camino. Tiene que haber un camino. No existe la condena eterna, eso son cosas de curas. Todo se puede arreglar, la vida merece ser disfrutada, porque la vida puede ser maravillosa, y sólo uno mismo decide si ser feliz o vivir para siempre en el infierno de sus pensamientos.

Yo quiero ser tu amiga, quiero ayudarte, pero tienes que dejarme. La razón es simple y clara: porque te quiero. Pero te quiero más allá del amor romántico, te quiero como amigo y como persona. Creo que eres un buen hombre, y por ello cualquier error del pasado debe ser olvidado. Sufro contigo, al no saber qué te preocupa tanto, qué te devora por dentro poco a poco. Sufro contigo, y sólo quiero ayudarte.

Yo he cambiado, tú también, los dos hemos madurado, y las cosas se ven distintas con el paso del tiempo. Las circunstancias tampoco son las mismas. Y claro que he cambiado. Hemos tenido muchos altibajos desde que nos conocimos, y he aprendido a quererte de forma distinta: he ido pasando de la pasión adolescente al amor maduro sin apenas darme cuenta. Aunque donde hubo fuego siempre quedan cenizas, dicen. Pero yo he pasado de la pasión al cariño, al amor tal cual. Y es que ya no te quiero sólo como hombre, sino como amigo y sobre todo como persona, como ser humano.

¿No puedo?

Son unos días intensos. Mil cosas ocupan mi cabeza. Pero siempre hay sitio para una más. Sin embargo, esta vez fue diferente: una nube ha nublado mis sentidos, mis recuerdos, que se han vuelto más abstractos que nunca. He intentado, una vez más, recordarte. Y aunque recuerdo tus rasgos -tus ojos, tu boca, tu pelo…-, el tiempo me la jugó. Recuerdo tus ojos, pero no tu mirada; recuerdo tu pelo, pero no su tacto; tus labios, pero no tus besos. No recuerdo su sabor. ¿Eran dulces? ¿Salados? Creo que muchas veces sabían a vino y kalimotxo, y es por ello que cada vez que lo bebo se me asemeja el sabor. Pero hace mucho que no bebo.

Las nubes nublaron mi entendimiento. Recuerdo tus palabras, pero no tu voz. ¿Cuál era el tono, el ritmo, la cadencia? Solo sé que me gustaba.
Supongo que debe ser así. Supongo que esto era lo que querías que pasara, lo que tenía que pasar. Que tus recuerdos se alejaran de mí poco a poco, adentrándose en el túnel del olvido. ¿Y qué hay después? ¿Qué hay tras ese túnel? Una luz, tal vez. Una luz buena, me dicen. Pero yo me pregunto si realmente esta vida es tan hija de puta como para obligarme a caminar hacia el futuro forzándome a renunciar al pasado. Muchos me dicen que sí. Pero me resisto. ¿No se puede tener todo? ¿No puedo soñar con el futuro fusionándolo con la nostalgia del pasado y la ilusión por que algún día pueda regresar? Aunque sea falso. Aunque nunca vaya a volver. Nadie dijo que sería fácil. Aunque nunca regresen a mí el sabor de tus besos, la luz de tu mirada o el aroma de tu pelo, ¿no puedo soñar con aquel pasado perdido? ¿No puedo hacer un trato con mi memoria para que mantenga intactos tus recuerdos a cambio de la ilusión por el futuro? Muchos me dicen que no, no puedo.

Esta noche

Noche que me acechas, esperando impaciente mi caída, mis lágrimas. No. Hoy no. Puedes marcharte, pierdes el tiempo. Ve a remorder la conciencia a quien deba arrepentirse. Yo no lo hago. Voz de mi conciencia, que me repite una y otra vez las mismas frases, sin descanso. Luz de mi imaginación, que me trae los recuerdos con las flores embellecedoras que deja el tiempo. Y en realidad no fue así. Todo es en realidad peor de como lo recordamos con el paso del tiempo.

Esta noche no vengáis a mí, demonios del pasado, porque no me encontraréis. Me fugué con la Fortaleza y abandoné a la Rabia en un rincón, con los ojos vendados para que no sepa el camino. Ahora recuerdo momentos que tantas veces deseé revivir, y ya no. Sigo intentando luchar contra esas orugas que hace tiempo se colaron en mi estómago, y que parecen salir de su crisálida cada vez que te recuerdo. Pero empiezan a agonizar. Ya no son tan fuertes. Ni tan pesadas. Y me alegro. Aunque puede ser que solo me haya acostumbrado a tu ausencia.