Un día tranquilo. Una noche calmada. Sola. Sola. Sentada en mi habitación, escuchando los dolores y las penas que Fito me regala. Suaves. Canciones suaves y lentas. Resuenan dentro de mí, en mi vacío. Y puedo escuchar su eco. El día pasó sin poder fingir ya más. Mi mundo está bajo mis pies. No tienen sentido mis dichosas palabras. Y las horas transcurrieron como unas más. Y la noche se entregó a las tinieblas, y a mí. Y yo me entregué a ella. Tumbada en la cama reviviendo mis momentos. Sin luz entrando en mis ojos y sin oscuridad donde refugiarme. El regazo del tiempo me acurruca y mis locuras se lanzan al vacío. Y el dolor reaparece pensando dónde ir, qué hacer, cómo escuchar. O no escuchar. Mi nostalgia continúa anclada en mí, y no saldrá. No se irá. No hasta conocer si el destino me subyuga a su voluntad. Si así es, mis alas no volverán a volar, ni mi corazón a sentir.
No sé si saber cómo salir. No sé si el diablo me ama y me reconforta. El papel que se perdió no volverá a aparecer. La tinta que escribió tus besos y tus palabras se fue y no regresará. Y mi vida quedará inmersa en aquel lugar que está continuando de frente, doblando la esquina. Mi lugar se apartará y dejará paso al azar y al dolor. Y la estación de tren volverá a sonar en mis oídos, y los aparatos que cruzan aquellas vías volverán a hacerlo, sin pensar si podrán volver. Y yo no sabré si subir. Ni si podré subir. Pero no importa, el destino me reservó un sitio a su lado. Jugando a soñar pero conociendo la realidad. Mis sueños son meras quimeras perdidas en el pasado. Se extraviaron con tu ausencia. Y desearé conocer la verdad. Pero jugando a soñar.
Foto: “Descanso en otoño”, por Bumeran