El síndrome del superviviente no es solo prerrogativa de quienes han sobrevivido al genocidio y han podido abandonar Gaza. Muchos de nosotros nos sentimos culpables a pesar de seguir bajo el bombardeo.
Aún resuena el eco de la historia de Fátima Elzahraa, aquella mujer apasionada del derecho internacional que ha sufrido una de las decepciones más grandes al ver que no se aplica en su propia tierra. Hoy recogemos en Voces palestinas la historia de Dana Besaiso, también estudiante de Derecho en la ya destruida universidad de Al-Azhar. Firme defensora de los derechos humanos, lucha por arrojar luz sobre las violaciones a las que que la población palestina se enfrenta diariamente. Cree en el poder de las personas para marcar la diferencia en el mundo comprendiendo la importancia de sus voces y sus palabras.
Su artículo fue publicado en We Are Not Numbers (WANN) el pasado 11 de marzo. En él, con un título que evoca unos versos del famoso poeta palestino Mahmud Darwish, Dana Besaiso expresa la misma desazón que Fátima respecto a cómo su pasión le ha fallado. También relata cómo en estos momentos ha hecho su aparición el síndrome del superviviente, recordando a amigos asesinados, mientras relativiza las enormes carencias y necesidades en el sur de Gaza, porque «al menos estamos vivos».
Los lugares están destruidos y los camaradas han sido asesinados
Toda nuestra vida hemos luchado con el mundo para ser reconocidos. Cuando nos preguntaban: «¿De dónde eres?» y respondíamos con «Palestina», muchas veces nos confundían con Pakistán. Ahora el mundo entero nos conoce, pero qué alto precio hemos tenido que pagar solo para ser reconocidos.
Un verso del poeta palestino Mahmud Darwish dice: «Y si nos devuelven los lugares, ¿quién nos devolverá a los camaradas?». Ya no existen ni los lugares ni los camaradas. Los lugares están destruidos y los camaradas han sido asesinados. He estado luchando para encontrar las palabras adecuadas para transmitir la realidad indescriptible y llena de horror en la que vivo ahora. Cada vez que abro mi ordenador para empezar a escribir, me encuentro viendo recuerdos de mi casa, de mi antigua vida, y llorando, porque no llego a comprender que lo que queda de toda mi vida son solo recuerdos.
Siempre he tenido un profundo arraigo en Gaza. Es la base de mi ser, nunca imaginé vivir en ningún otro lugar. Siempre que hablaba con mis amigos sobre abandonar Gaza, decía: «Incluso si viajo, sé que será algo temporal. Gaza siempre será la última parada. No puedo imaginar mi vida en ningún otro lugar». Antes del 7 de octubre, incluso aunque la vida aquí era dura, valía la pena vivirla. Nosotros, los habitantes de Gaza, logramos crear una ciudad hermosa, culturalmente rica y próspera, llena de vida, felicidad y amor a pesar del bloqueo siempre presente y las frecuentes agresiones a Gaza.
El derecho internacional, que amaba y estudiaba, nos falló
Después de graduarme del instituto en 2020, la mayoría de mis amigos viajaron para estudiar en el extranjero, pero yo decidí quedarme en Gaza y estudiar Derecho, la carrera de mis sueños. Lo que más me intrigaba era el derecho internacional. Soñaba con verme en foros internacionales, representando y luchando por mi país. No sabía que llegaría un día en que lo que estudié me fallaría. No solo me falló a mí, sino también a otros 2,3 millones de gazatíes.
El derecho internacional declara que los tratados son obligatorios para sus partes y las costumbres internacionales son obligación erga omnes (obligatorias para todos los estados). Las normas que rigen la conducta en los conflictos armados, conocidas como derecho internacional humanitario (DIH), representado en los Convenios de Ginebra y los reglamentos de La Haya, se consideran erga omnes. Sin embargo, a Israel no parece importarle, ya que no se han asumido consecuencias jurídicas internacionales ante su agresión.
En un curso que impartí como tutora en el Centro Al-Mezan para los Derechos Humanos, ofrecí una sesión sobre el DIH, que, entre otras cosas, prohíbe atacar a civiles durante los conflictos armados. En esa sesión me llamó la atención el compañero Wael Besaiso. Fue muy atento, escuchó con atención y estaba interesado en saber más. Durante el genocidio en curso, Wael y su familia fueron masacrados cuando bombas israelíes apuntaron a la casa de sus abuelos, matando a más de 40 personas a la vez. Ojalá pudiera disculparme con Wael, porque el DIH no logró protegerlo. Porque el mundo entero le falló.
También desearía poder disculparme con mi querido amigo, Mohammed Zaher Hamo, porque a él también le falló el mundo. Conocí a Mohammed a través de We Are Not Numbers. Tenía el corazón más bondadoso, siempre lucía la sonrisa más brillante y tenía una capacidad asombrosa para hacerse amigo de todos. Era como el padre de nuestro grupo, siempre nos unía a todos, nos aconsejaba y nos animaba a cada uno de nosotros a escribir nuevas historias, y aportaba nuevas ideas para hacer de nuestro grupo el mejor. Cuando Mohammed y su familia se negaron a abandonar el norte, me preocupé mucho porque les pasara algo. Al mismo tiempo, él temía que pudiera pasarnos algo a aquellos que evacuamos a las llamadas zonas seguras en el sur de Gaza.
Cuando evacué la ciudad de Gaza para refugiarme en el sur, nos contactábamos mutuamente con regularidad, así que, cuando Mohammed desapareció durante dos días, temí que le hubiera pasado algo. La noche antes de que comenzara la tregua temporal, recibí la noticia de que aviones de combate israelíes habían asesinado a Mohammed y su familia en una horrenda masacre que se cobró la vida de más de 100 personas. Ya no habría más mensajes de Mohammed, no más bromas y no más ser afortunada al recibir su punto de vista y comentarios sobre mis escritos.
Tuve la suerte de conocer a gente ambiciosa como Wael y Mohammed, con grandes sueños y grandes esperanzas. Wael, Mohammed y los más de 30.000 mártires no son meros números. Cada uno de ellos posee una historia de fortaleza y esperanza que fue truncada por los misiles, tanques y cañoneras israelíes. Ahora que nuestros lugares han sido demolidos y nuestros camaradas, como los llama Darwish, se han ido, nos quedamos con nuestras vidas en pedazos, dispersos por el paisaje de Gaza devastado por la guerra.
Nuestros traumas son triviales comparados con sus muertes
En medio de las abrumadoras y continuas atrocidades, no hablamos de las pequeñas batallas y experiencias traumáticas que enfrentamos a diario, porque parecen triviales en comparación con estos grandes acontecimientos. ¿Cómo podemos hablar de no poder ducharnos durante más de 10 días para preservar la escasa cantidad de agua contaminada que tenemos (sin mencionar los escasos alimentos, medicinas y suministros médicos) cuando al menos estamos vivos? ¿Cómo podemos hablar de no poder darnos el lujo de resfriarnos si no hay medicinas cuando otros se someten a cirugías de amputación sin anestesia? ¿Cómo puedo hablar de lo mucho que extraño dormir en mi cama cuando tanta gente duerme en tiendas de campaña o en las calles? ¿Cómo puedo hablar de extrañar el sabor del café o quejarme de comer solo alubias enlatadas y queso feta cuando mi mejor amiga, Fatma, se enfrenta a una hambruna forzada en el norte de Gaza? ¿Cómo puedo hablar del penetrante y molesto olor de las bombas de fósforo cuando otras personas resultan quemadas y deformadas por ellas?
Parece ridículo preocuparse por mi último año, por la aniquilación de mi universidad por los misiles israelíes, por la demolición del futuro académico de cada estudiante de Gaza o por el futuro en general, ya que el genocidio aún no ha terminado. Después de todo, no sabemos si habrá futuro o no… El síndrome del superviviente no es solo prerrogativa de quienes han sobrevivido al genocidio y han podido abandonar Gaza. Muchos de nosotros nos sentimos culpables a pesar de seguir bajo el bombardeo.
Suficiente miseria para alimentar toda una vida de creatividad
Solía preguntarme si la creatividad solo surge de la miseria. Siempre me pregunté: «¿Qué pasaría si los palestinos dejaran de ser desgraciados? ¿Seguiríamos siendo creativos?» Ahora creo que lo haríamos, porque la miseria que hemos sufrido y seguimos sufriendo desde hace cinco meses quedará grabada para siempre en nuestro cerebro. Y, por mucho que escribamos y hablemos de ello, nunca será suficiente.
El apoyo internacional que vemos (las manifestaciones, las protestas y el boicot) es lo que nos mantiene esperanzados. Es el hilo de esperanza al que nos aferramos: la creencia de que la humanidad no está perdida, de que hay personas en todo el mundo que sienten nuestro dolor y nos defienden. Con suerte, la continua presión sobre la comunidad internacional y los responsables de la toma de decisiones podrán detener el genocidio.
Si Dios quiere, llegará un día en que Gaza sea libre, en que toda Palestina sea libre. Donde ya no vivamos bajo un bloqueo, cuando no haya genocidio, cuando vivamos felices y en prosperidad para que las vidas y los lugares que hemos perdido no hayan sido perdidos en vano.
Artículo original en Nueva Revolución el 14/03/2024.