¿Podemos volver a ser quien éramos tras un desengaño? ¿Y tras un engaño? ¿Y tras una decepción? Dime, ¿podemos volver a ser quien éramos tras una decepción? Cuando confiaste en alguien, en su sinceridad. Cuando confiaste a ciegas en que cumpliría lo único que te prometió.
Una decepción es mucho más profunda que un desengaño y es consecuencia directa de un engaño. Pero no es necesario que haya engaño para que haya decepción: puede haber decepción tras una acción… y también tras una omisión. Y es así, así es. Una omisión te puede catapultar de cabeza al abismo del olvido, donde te das de bruces contra la indiferencia absoluta que no sabías que alguien sentía por ti. Y esa indiferencia te rasga el corazón como solo una decepción puede hacerlo.
Siempre pensaste que, al menos, despertabas cierto aprecio en esa persona. Pero el aprecio no olvida las promesas y las cumple. Fuiste el hombro donde de desahogó, donde descargó toda su rabia, su dolor y su frustración. Lo fuiste todo sin esperar a cambio nada más que esa promesa, lo único que pediste y que aceptó sin dudar.
Un enfado, un desengaño… no tienen por qué acabar con una amistad. Pero una decepción es casi imposible que no lo haga, porque si fue incapaz de cumplir la única promesa que te hizo, ¿por qué cumpliría alguna otra? Dime, ¿qué te hace pensar eso?
Donde hubo puro y simple interés surgió la indiferencia, y donde hay indiferencia es imposible que brote nada más.
Imagen: Israel Gutiérrez