La luz que llega

33961022010_23e61ca2b4_zEncontrar el cielo tras haber visitado el infierno. Así es. El infierno era oscuro, tenebroso y misterioso. Atractivo, sin duda, a los ojos inocentes e ingenuos de la adolescencia. Así es. Pero no. El cielo ya llegó, y es infinitamente mejor.

Me gustaría ver tu cara al saber que te llaman cielo. Una mueca extraña diciendo que tu corazón es negro. No es verdad. Es bonito. Bonito como tus ojos, bonito como tu alma, bonito como la vida, que sigue adelante aunque a veces lance piedras al camino.

La sombra de la incomprensión –y no la del ciprés– puede ser muy alargada. Un abrazo que no se recibió, un hombro que se apartó cuando más se necesitaba… Y un corazón que construye de la soledad un caparazón impenetrable. Un caparazón imperceptible entre las risas y el alcohol, pero creciente bajo la luna llena en una noche de noviembre.

Pero la luz del sol siempre llega y entra en las venas como la vida misma. Yo, en mis sueños más profundos, sueño con ser la luz brillante que disipe tus sombras y tus temores. Que encienda tus deseos y tus ardores. Que se acurruque a tu lado y, entre beso y beso, te dé un abrazo. Un abrazo tan profundo que ni los fantasmas más pasados logren enturbiar tu mirada ni las estrellas que emergen poco a poco de lo más profundo de tu alma.

Imagen: Aah-Yeah