Caperucita

Ruido

Caperucita era una chica normal. Era alegre, tranquila y buena persona. Le encantaba estar con sus amigos y salir a bailar. Tenía veintidós años. Era estudiosa y estaba haciendo una carrera en la universidad. Responsable, no faltaba nunca. Tenía un novio. Era muy guapo. Caperucita era la envidia de todas las muchachas. Alguna vez habían intentado quitarle a su chico, pero él la amaba demasiado como para irse con otra. Caperucita estaba muy orgullosa de él.

Un día, la joven quedó con un amigo a quien hacía muchos años que no veía. Era un chico muy dulce y siempre había estado enamorado de ella. Pero Caperucita quería a su novio y nada en el mundo le importaba más que él. Pero estando en una cafetería sentados, apareció el novio. Les observó. Caperucita no se percató de que él estaba cerca. El amigo acarició su mano como señal de amistad. Estaban hablando sobre las vacaciones y él le había ofrecido su casa, sabiendo que nada sucedería, pues Caperucita no le amaba.

Mientras tanto, el novio fruncía el ceño y respiraba cada vez más fuerte. Apretó los puños y se fue.

Caperucita quedó esa noche con él. ¡Tenía tantas ganas de decirle que había vuelto a ver a su amigo de hacía años! Acudió al lugar de siempre: un banco perdido en un enorme parque. Era su banco. Se sentó. Esperó y esperó durante casi una hora. Nadie venía. Sacó su móvil y le llamó.

– Cielo, ¿dónde estás? Te estoy esperando.

– Estoy haciendo unas cosas en casa. Ven si quieres.

Ella se encogió de hombros y decidió ir. Solos en casa. ¡Eso sí que era suerte! Llegó. Él abrió la puerta, sonrió y dejó que pasara delante. Ella se sentó en el sofá y esperó.

– ¿Qué tal en el parque?- comenzó él.

– Te estaba esperando.

– No te aburrirías mucho.

– ¿Qué?

– Hasta pasada una hora no has llamado.

– Estaba esperando.

– Con él, deduzco.

– ¿Quién?

– Tu amigo.

– Deduces mal.- ella se incomodó- ¿Y cómo lo sabes?

– Os he visto. Crees que soy tonto, ¿no?

– ¿Qué? ¿Y por qué no te has acercado? Estábamos tomando algo. Hacía años que no le veía.

– No quería romper tan tierna escena.

– ¿Qué escena?

– Él te estaba acariciando la mano.

– Sí, es muy cariñoso. Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué estás celoso? Sabes que sólo me importas tú, no te pongas tonto, esto es absurdo.

– Claro. Y supongo que la hora del parque ha sido divertida.

– ¡No digas tonterías!- Caperucita se levantó del sofá dispuesta a irse.

Él la agarró del brazo.

– ¡No he terminado!- gritó.

– ¡A mí no me grites! ¡Suéltame!

– ¡No! ¿Qué hacías con él?

– ¡Hablar, nada más!- ella gritó más.

– ¡No me levantes la voz!- tiró de su brazo y la lanzó al suelo. Ella no lo entendía- Eres mía, ¿está claro? Sólo mía. No quiero que nadie más te toque o te acaricie. Ni siquiera quiero que vuelvas a hablar con ese cabrón. ¿Te ha quedado claro?

Ella se levantó e intentó irse. Él volvió a agarrarla del brazo.

– ¿Te ha quedado claro? ¡Responde!

– ¡Suéltame! Él es mi amigo y puedo quedar con él cuando me dé la gana. ¡Tú no me puedes prohibir nada!

Esta vez, él le dio una bofetada. Ella consiguió soltarse y echó a correr hacia la puerta.

– ¡Espera, espera! ¡Lo siento! ¡Se me ha ido la mano! ¡Escucha! ¡Yo no quería…!

No pudo decir más. Caperucita había salido corriendo.

Llegó a casa llorando. Se tiró sobre la cama y continuó desahogándose.

Pasaron las semanas. Un mes. Ella les había contado a sus amigas lo sucedido y todo había sido olvidado. No había vuelto a ver a su exnovio. Ni siquiera le recordaba ya. Una noche salió de fiesta con sus amigas, como de costumbre. Había estado muy bien aquel día. Bebió y se divirtió como nunca. Pero llegó la hora de volver a casa. Eran las cinco de la madrugada. Aún no había amanecido. Las calles estaban desiertas. Caperucita caminaba riéndose por dentro recordando la noche y todas las fotografías que habían realizado. El día siguiente su amiga se las pasaría. Se moría por verlas. ¿Y el chico del bar? Era guapísimo. Mañana era sábado y se lanzaría. Sí. Tenía que besarle. Lo necesitaba. Era tan guapo y tan simpático…

Algo interrumpió su sueño. De la esquina de una calle apareció una figura corriendo. Caperucita levantó la mirada y no le reconocía. Era de noche y la luz era limitada. Aquella persona se abalanzó sobre ella y la empujó a la pared.

– ¡Eh! ¿Quién eres? ¡Suéltame!- gritaba ella, con un nudo en la garganta.

Pero le miró a la cara y reconoció a su exnovio.

– Tú…- dijo. No pudo continuar hablando. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sabía lo que iba a pasar.

– Sí. Yo.- dijo él, y sonrió- He visto cómo hablabas con ese chico del bar.

– ¡Suéltame!

– ¿Recuerdas lo que te dije? Eres mía y solo mía. Y siempre lo serás. Y si no no serás de nadie.

Ella vio la mirada del chico clavada en sus ojos. Tenía miedo. Mucho miedo. Intentó soltarse de nuevo. Pero sintió un dolor en el estómago. Un pinchazo. Exhaló un gemido. Se sentía débil. Le miró.

– Bien. Ya no serás de nadie más.

El lobo había sorprendido a Caperucita en medio de un bosque de farolas artificiales. El lobo había engañado a Caperucita. El lobo, en fin, devoró a Caperucita.

Pero ningún cazador pudo impedirlo. En este cuento, ningún cazador pudo remediarlo. Y hay tantos lobos sueltos y tantas Caperucitas inocentes.

Foto: «Ruido», por Las Heras