Tania Lezcano: “Ser equidistante con el fascismo es hacerle el juego y legitimarlo”

Entrevistamos a Tania Lezcano, periodista y escritora, autora de la novela «En la memoria del bosque».

Por Angelo Nero

Los bosques, a lo largo y ancho de toda la geografía del estado español, albergan leyendas ancestrales, historias mágicas, también realidades ocultas. A menudo entrelazadas y retorcidas como alambres de espino, en las que no se sabe dónde comienza el territorio de lo real y de lo fantástico. Con este juego entre lo que se cuenta y lo que se calla, teje su novela Tania Lezcano, una joven periodista burgalesa, colaboradora habitual de NR. Aunque está licenciada en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, máster en Política Internacional y se especializó en Oriente Medio, escogió como escenario para su primera novela, «En la memoria el bosque«, los bosques cercanos a Madrid, la Sierra de Guadarrama, donde situó al pueblo de Carceo -un topónimo que nos remite a Carcedo, en Burgos-. También, aunque habitualmente se dedica a buscar las claves de la actualidad, se ha decantado en su primera incursión literaria en bucear en el fondo de nuestra memoria, esa que en estas páginas nos empeñamos, conscientes de la importancia de las palabras, en llamar Memoria Antifascista.

En la presentación de tu libro señalas que “es una novela sobre la realidad que aún golpea a nuestro país”. ¿Realmente, y en especial para los de tu generación, los nacidos entre finales de los ochenta y principios de los noventa, ya dejando atrás la Transición, sigue ese pasado conformando nuestro presente?

El tiempo pasa y es inevitable que las nuevas generaciones avancen, que es lo que debemos hacer. Pero creo que la situación es muy diferente en las familias en las que hubo represaliados y en las que no. Todas esas personas mayores que han esperado durante décadas para encontrar a sus familiares, aunque no los hubieran conocido, han influido a su vez en sus hijos y nietos. Sin embargo, aunque es lógico que mi generación, que no ha vivido la dictadura, vea esos tiempos muy lejanos, creo que no debemos cometer el error de olvidarlos o pensar que no tienen nada que ver con nosotros. Debemos avanzar, pero haciendo justicia y reconociendo a estas víctimas de la misma manera que se ha hecho con las víctimas del terrorismo. Y, por supuesto, no descansar hasta que se haya hecho todo lo posible por recuperar los restos de las fosas. Solo así cerraremos de una vez por todas ese terrible episodio.

Jimena es una periodista sagaz que es enviada por su periódico a cubrir un misterioso suceso a un pequeño pueblo de la sierra, Carceo. Allí se encuentra con el difícil dilema de elegir entre lo que su jefe quiere que escriba o seguir una investigación que ella intuye que lleva una dirección muy diferente a la señalada, y seguir por su cuenta. ¿Crees que este es un dilema en el que, lamentablemente, se encuentran atrapados muchos periodistas hoy en día?

Estoy convencida de que es algo muy común que profesionales del periodismo, mientras investigan un tema en concreto, encuentren algo más interesante, pero, como no va a vender lo suficiente, les piden ceñirse a las directrices o a la noticia de una forma superficial. Se me ocurre un desahucio, por ejemplo. Una persona no paga el alquiler y automáticamente es tildada de okupa. Si quieres investigar más a fondo las causas —si en realidad no puede pagar, no tiene adonde ir, etc.—, según lo que te encuentres ya entras en terrenos pantanosos relacionados con el propio sistema. Y, según donde trabajes, te pedirán que te ciñas al titular, a la noticia superficial.

La aparición de unas cartas servirá a nuestra protagonista para sumergirnos en un flash-back, en el que iremos descubriendo el paisaje gris de la posguerra, el poder de la Iglesia, los escuadrones de la muerte, el peso del patriarcado, la resistencia heroica. ¿Cómo fue para ti sumergirte en esa España en blanco y negro, y qué materiales de referencia -libros, películas-, tuviste presentes cuando comenzaste a poblar Carceo de personajes?

Debo confesar que el género inicial de la novela era fantástico. Acababa de conocer al maravilloso Basajaun, de la mitología vasca, y me fascinó. Pero no sé cómo, la historia fue evolucionando y entonces vi que no había vuelta atrás. La guerra civil es un tema que siempre me ha interesado. Desde que era muy joven lo he escuchado en casa —debo mucho a mis padres— y luego fui estudiándolo, tanto a nivel académico como personal. No me inspiré en nada concreto para la novela, fue todo bagaje de muchos años. Recuerdo leer con diecisiete años “El día en que murió Guernica”, de Gordon Thomas, basado en declaraciones reales. Y recuerdo lo que me dolió. Por supuesto, “La voz dormida”, de la maravillosa Dulce Chacón, o “Dime quién soy”, de Julia Navarro, a quien, por cierto, siempre agradeceré su estilo narrativo, ya que me influyó mucho. Recuerdo las películas “Silencio roto” o “El laberinto del fauno”. Y muchas otras, todas extraordinarias. Respecto a las historias, más de lo mismo. A lo largo de los años he sabido sobre curas que colaboraron con el régimen y otros que ayudaron al pueblo, como en la película “La buena nueva”, inspirada en un caso real. Por supuesto, la dura historia de las Trece Rosas y casos como los de Federico García Lorca o Miguel Hernández. Por último, mencionaré un pueblo navarro, Sartaguda, cuya historia hiela el corazón. Solo diré que le llaman “el pueblo de las viudas”. Como él, tantos otros en este país.

Cuando yo le preguntaba si se arrepentía, me respondía con un rotundo no. El fascismo llegó y había que pararlo, haciendo lo que fuera necesario para ello”, dice uno de los protagonistas. ¿Hay también en la novela un homenaje implícito a aquellos hombres y mujeres que se echaron al monte para enfrentar al fascismo o para escapar de sus garras?

Naturalmente, en la historia hay voces muy diferentes, incluso quienes colaboraron con el golpe de estado y la dictadura. Pero no diré que es equidistante, porque no lo es ni pretende serlo. Ser equidistante con el fascismo es hacerle el juego y legitimar algo que no tiene nada que ver con una democracia. Como decía el fallecido Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu, “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Llevo esa cita grabada a fuego. Así que sí, se puede decir que hay un homenaje implícito a quienes lucharon contra el fascismo y por la democracia, a quienes no permanecieron equidistantes, esa palabra que está tan de moda ahora para eludir cualquier responsabilidad moral.

Habrás escuchado mil veces el argumento de que no hay que abrir heridas, que hay que olvidar el pasado. Parece que son los mismos argumentos que esgrimen los habitantes de Carceo, que no quieren entrar en el bosque por temor, más que al Señor Salvaje, a verse reflejados en el espejo de la memoria. Aparte de recomendarles la lectura de tu libro, para que se hagan una idea del peso de la represión franquista durante aquellos años, ¿qué les dirías?

Les diría que nuestro pueblo no sufrió una catástrofe natural de la que nadie es responsable. Hubo un golpe de estado contra una democracia, una guerra civil y, lo que es peor, cuarenta años de dictadura en los que se buscó eliminar a la mitad de España. Y la realidad es que, casi cien años después, el número de personas desaparecidas sigue siendo escalofriante. Eso es lo que debería parecerles una vergüenza: que casi un siglo después estemos aún en una situación que se debería haber solucionado en la Transición —se supone que por algo lleva ese nombre—. Les diría que esconder la basura debajo de la alfombra no hace que desaparezca, pasen diez años o cien. Además, teniendo en cuenta los discursos con los que nos bombardean y que están ganando muchos adeptos, sobre todo entre adolescentes, creo que precisamente lo que debemos hacer es recordar y estar alerta para que nada parecido vuelva a ocurrir.

Aun así, aunque recordemos y sigamos exhumando cuerpos que llevan décadas siendo buscados y llorados por sus familias, aunque la comunidad internacional se siga llevando las manos a la cabeza ante la impunidad de los símbolos franquistas y del impresionante número de fosas en cunetas y cementerios, seguimos escuchando discursos negacionistas, manipuladores o, peor aún, triunfalistas sin atisbo de arrepentimiento,” escribías hace poco en tu columna mensual de NR. ¿Con la nueva Ley de Memoria Democrática crees que se solucionará, de una vez por todas, el tema de las fosas?

Esperemos que ley aguante lo suficiente para que sea posible. Por supuesto, cualquier avance es bienvenido. El hecho de que el Estado asuma de una vez por todas y por ley la búsqueda de los cuerpos es muy importante, ya que permitirá terminar con las negativas de autoridades regionales que se negaban a cumplir. Aunque, en otros temas, la ley sigue siendo insuficiente. Por ejemplo, no entiendo por qué cuesta tanto derogar los artículos de la Ley de Amnistía de 1977 que blindan a los responsables de violaciones de derechos humanos de la dictadura.

En la memoria del bosque” es una de esas lecturas que te atrapan y te obligan a que pases una hoja tras otra, olvidándote del tiempo, o, al menos, es así como lo percibí. Al acabarla me pregunté: ¿para cuándo la próxima novela de Tania Lezcano?

Lo cierto es que ya está escrita. Actualmente estoy en busca de una editorial. La historia tiene como escenario una sociedad distópica con la alienación extrema de la clase trabajadora como garantía de éxito y llena de normas tan estrictas como incoherentes. Helena se ve atrapada por una de ellas: las mujeres pobres no deben quedarse embarazadas excepto para servir de “vientre de alquiler” a alguien poderoso. Así que es ingresada en un centro de internamiento, donde empezará lo que será un calvario, pero también conoce a Tatiana, que será determinante. Fuera, el padre de la criatura, Darko, urde un plan para rescatarla junto a sus vecinos, a quienes descubre cometiendo otro delito. Estas historias se mezclan inevitablemente con la Resistencia, que tiene sus propios planes.

Fuiste una de las fundadores de Radio Conectadas, “una radio online con perspectiva de género que apuesta por la cultura, la Historia y la igualdad”, y que echó el cierre, después de ocho años, en diciembre de 2022. ¿Qué valoración haces de la experiencia?

Maravillosa. Jéssica y Alba empezaron siendo dos compañeras de facultad y ahora son dos grandes amigas. En 2014 pusimos en marcha este proyecto para aplicar la perspectiva de género en el periodismo y centrarnos en mujeres olvidadas en la historia, inventoras, descubridoras… Incluso temas actuales, pero siempre con esa perspectiva que tiene en cuenta las grandes brechas del sistema patriarcal. Esta aventura ha terminado, pero he aprendido muchísimo junto a ellas, que además eran más expertas que yo en el tema. Me llevo conocimientos, experiencia en radio, autogestión, mucho trabajo duro y, sobre todo, grandes recuerdos.

En una entrevista al diario argentino La Tinta, sobre el estado del periodismo en el estado español, decías: “La realidad del periodismo es pésima, pero lo grave es que los grandes medios pueden permitirse ofrecer condiciones laborales y salarios dignos, y no lo hacen, condenando a los periodistas a buscarse la vida como puedan y encima exigiendo exclusividad.” ¿Está el mundo del periodismo en un estado tan malo como para afirmar que es una profesión precarizada?

Absolutamente. Además, voy a aprovechar para visibilizar la situación de periodistas que no residen en grandes ciudades. La situación de extrema precariedad de las prácticas cuando se terminan los estudios es vergonzosa. En mi caso, recuerdo que la gran mayoría eran sin remunerar, incluso jornadas completas, y, en las que se pagaba, era una absoluta miseria. Si alguien quiere quedarse en la ciudad, en muchos casos debe tener otro trabajo para poder pagar el alquiler. Personalmente, hice lo que creo que hace mucha gente que no tiene residencia habitual en una gran ciudad: volver a casa. Esas condiciones miserables solo se las podían “permitir” personas que no tuvieran que pagar un alquiler, es decir, que ya vivieran allí con su familia, por ejemplo. Aun así, la explotación es igualmente terrible para ellas. Es solo un ejemplo del estado de las prácticas, algo que no ha mejorado y que es cierto que no solo ocurre en el periodismo, lo que es aún más sangrante. Pero, incluso trabajando de forma profesional, a menos que llegues a grandes medios, el salario tampoco suele permitir vivir dignamente.

Entrevista original en Nueva Revolución el 20/02/2023.