Destino

Atardece

El destino es algo abstracto que nos atrapa y oprime. Decide por nosotros y nos somete a su voluntad. Y si quiero rebelarme, algo mucho peor vendrá. Y si me resigno a él, tú desaparecerás. Al menos te tuve una vez. Al menos gratos recuerdos se pasean por mi mente y me dicen una y otra vez que te volveré a tener. No sé si es así o si lo será, tal vez. Pero el destino es malvado, le encanta verme perder. Aunque muy probable es que la próxima vez que te vaya yo a ver el destino sea bueno, se comporte con amor, y permítame tenerte, besarte de nuevo, amor, y sentirte tan cerca, durmiendo sobre mi pecho, con tu cara en mi cuello, suspirando…

Mas es posible también que nada vuelva a pasar, que te vea o no te vea y todo quede en hablar… No, eso no es probable. Sé que si te consigo ver, y unas palabras intercambiar, no podrás resistir la tentación y a mis labios te lanzarás. Y me abrazarás, no me dejarás escapar. Y yo lo permitiré. Dejaré que me acurruques en tu pecho, y yo… te acariciaré la barba. Y la boca. Y serás mío otra vez. Y yo tuya.

Pero, ¿sabes qué? Que no sufro. Conseguí lo que dijiste. Te echo de menos. Extraño tus abrazos y tus besos, pero no es de amor, ¿sabes? Es como cuando alguien te visita unos días, se va, y le echas de menos. Es eso. Nada más. Sólo eso. Te extraño. Dos días. Fueron apenas dos días. Pero tan profundos, tan esperados, que los revivo todos los días. Te extraño. Pero no sufro, porque sé que se repetirá. Sé que te volveré a besar. Que volveré a dormir contigo. Y dirás tantas cosas como dijiste. Y me iré. Y te volveré a extrañar. Y te volveré a ver.


Foto:
«Atardece», por Las Heras

Rimas III

Movimiento

El momento en que una daga me atraviesa el corazón,
la luz del día se escapa y se esconde la razón.
¡Si supiera dónde estás o dónde estarás mañana!
¡Si pudiera trepar como si fuera una araña!

Te llamé, no te llamé, a un número ocupado,
me quité, no me quité de la diana de estos dardos.
En mí se clavan, desgarrándome por dentro,
yo grito, pero te fuiste hace tiempo.

Y no volverás, deduzco, ahora es definitivo,
y me pierdo en el olvido de tu recuerdo perdido.
Tus besos aún me provocan, me derriten ante ti,
pero te fuiste, y el tiempo se ha parado para mí.

¡Ojalá existiera un antídoto! ¡Ojalá otros venenos!
¡Ojalá pudiera olvidarte y ya no echarte de menos!
¿Y por qué soy tan idiota y me resigno así?
¿Por qué rechazo mi vida si tú no estás aquí?

No quiero encontrar fortunas que me devuelvan la vida,
no quiero besos ajenos que me llenen de alegría,
no quiero quimeras sueltas que me ilusionen un día,
no quiero vida sin ti, pues eso ya no es mi vida.

Quiero que truene hoy el cielo, que retumbe con tormenta,
quiero que las amapolas den un grito de sorpresa,
quiero que tu boca hable, tras tanto tiempo presa,
quiero que digas «te quiero»… y dejaré que me tengas.

Foto: «Movimiento», por Las Heras

¡Quién fuera lluvia!

Mojado

¡Ay, quién fuera lluvia a estas horas! Noche oscura y silenciosa. Melancolía que recorre mi cuerpo. ¡Quién fuera lluvia! Para ir mojada a todas partes, no necesitar secarme, renovarme y renovarme con agua nueva. Y después morir de un golpe contra el frío y duro suelo de asfalto. ¡Quién fuera lluvia! Y la noche no me regala ninguna sonrisa. Me asomo por la ventana y tan solo entra tristeza. De nuevo el mendigo de todos los días durmiendo en el frío banco de madera mientras llueve. De nuevo ese perro sin dueño deambulando en busca de una caricia. Mojado. Y de nuevo yo aquí. Igual que el mendigo. Igual que el perro. Y la noche me cubre con su negro manto de tela vieja y sucia. Y yo intento huir. Pero no puedo. No hay lugar donde la noche no llegue.

Cubierta por el manto, ahogada en su lamento, mi vida busca un sentido, un destino. ¿Por qué a pesar de las luces de esta ciudad tan grande, no veo más que el oscuro rincón en el que me abandonaste? ¿Por qué no logro entender tus razones, y tú no intentas unir nuestros corazones? ¿Por qué huyes? ¿De qué huyes? El destino me olvidó, el olvido me dejó, y el amor se evaporó. ¡Quién fuera lluvia! Para cobijarme en las alcantarillas, bajo tierra, lejos de esta vida tan artificial. Todo está planeado. Todo está razonado y todo está clasificado. ¿Por qué debo hacer algo que no quiero? ¿Por qué no puedo hacer algo que realmente quiero? ¿No sería mejor vivir de los instintos? ¿Para qué tanta sofisticación si moriremos igual que perros y la peor de las ratas?

¡Quién fuera lluvia! Para anunciar un buen tiempo tras esta terrible tormenta. Para poblar de esperanzas esta alma tan podrida. Para saber que tras el agua vendrá el sol y hará florecer en mí la primavera.
¡Quién fuera lluvia! Para acariciar tu pelo y deslizarme por tus mejillas…

Foto: «Mojado», por Las Heras

Rimas II

Las estrellas dan mil vueltas por el cielo,
yo deseo derretirme entre tus besos,
las nubes no me dejan ver el cielo,
pero da igual, yo me pierdo en tu cuerpo.

Un reloj rojo se ilumina allí en el centro,
yo doy vueltas esperando ese momento,
el teléfono solloza de tormento,
él también desea que hagas el llamamiento.

Las banderas ahora ya surcan los cielos,
y yo lloro al observar el momento,
los grandes devoran a los pequeños,
no cambiará, es la ley del sucio imperio.

Y tú, ajeno a todo, desapareces,
da igual sea sábado o viernes,
mas, ¿sabes qué es lo peor?,
¡que es tu rudeza lo que me pierde!

Y el recuerdo de unos besos acariciando mi cuello,
y caricias caminando a lo largo de mi espalda,
y terrible descubrir más tarde que todo aquello
no fue más que una cruel y gran farsa.

Y el destino así lo quiso y tú te has ido,
me abandonaste a mi suerte y me he perdido,
no encuentro un lugar que me dé cobijo,
¡regresa a pesar de haberme mentido!

Y camino paso a paso en busca de la cordura,
que la perdí nada más besarte y amaneció la locura,
y ahora me doy cuenta de que ahogada en la amargura,
sé que sin ti en mi vida ya no hay ventura.

¡Y que me parta un rayo si alguna vez no te quise!
¡Y que me trague una ola si tu imagen no persiste!
¡Que me lleven las sirenas con su cautivador canto
si hay alguien más en mi vida a quien haya amado tanto!

Foto: «Silencio», por Las Heras

Quiero que el aire

El gélido aire que acaricia mi cabello, limpio, recién lavado. Se revuelve entre las ondas creadas por la espuma. El aire acaricia mis mejillas, que cambian de color. ¡Qué frío! Y apenas ha entrado octubre. Hasta no hace mucho se veían lagartijas en los ladrillos de enfrente. Salamandras también. Hacía tanto calor. Ahora no. Esos ladrillos están ahora tan solos y fríos como yo. Y tan desnudos. Como mi alma.

El aire roza las hojas de los árboles, provocando su inminente movimiento. Suave. Sinuoso. Acompasado. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Pero el árbol central no se inmuta. Es el rey. ¿Cómo osa un componente tan abstracto como el aire intimidar las ramitas de tan enorme planta? Es gigante. Es el rey. Nadie lo enfrenta. Es el rey. Nadie lo desafía.

Y este frío… ¡buf! También entra a las viviendas. A mi habitación. Tengo la ventana abierta de par en par y los pies helados. Y veo las demás ventanas. Persianas semibajadas. Una luz interior que dice que hay vida. En otras no hay luz. La gente duerme. ¿A las once de la noche? ¿Un viernes? Quizá tengan que madrugar. Como yo. ¿Un sábado? Sí.

Y el aire se lleva ahora unas hojitas. Y unos cuantos restos de origen artificial. Y se va. Cierro los ojos. Se va. Cuando lo desea. Se va cuando lo desea. Yo también quiero hacer eso. Y se lleva las hojas secas de los árboles, respetando las jóvenes y emprendedoras. Yo también quiero. Quiero que el viento me posea de arriba abajo y me despoje de todas mis hojas secas. De mis deseos inútiles. De mis sueños moribundos. Quiero que suceda. Que el viento me arrebate mis hojas muertas. Que me arranque mis agujeros negros. Mis caprichosos deseos. Mis sueños imposibles. Y me deje sólo con los buenos deseos. Con los sueños audaces. Los emprendedores. Los que no son quimeras. Los que se cumplirán.

Foto: «Texturas», por Las Heras

Sólo un beso

Un beso. Sólo un beso. No te pediré nada más. Dame un último beso. Para que el destino se replantee el camino. Para que la locura se ponga de mi parte. Para que la luna duerma conmigo y me arrope entre sus brazos. Para que tú no regreses. Para que no te vuelva a ver. Para que desaparezcas. Sólo un beso.

Para que mi vida retome el buen camino. Para que mis sueños vuelvan a nacer. Para que mis celos cesen. Para que el sol ilumine de nuevo mi vida. Para que tú regreses a tu averno. Para que ardas en la locura del infierno que amenaza tu existencia, como dijiste una vez. Sólo necesito un beso.

Y te olvidaré. Te lo prometo. Lo conseguiré. Pero necesito eso. Sólo un beso. Solamente un beso. ¿Es tan difícil satisfacerme? Si no pido nada más. Sólo un beso. Un único beso. El último beso. El beso definitivo. Un beso que diga adiós. El último beso. Sólo un beso.

Foto: «Pareja», por Las Heras

Líneas

La línea entre el cielo y la tierra. La línea entre los sueños y la realidad. Ascendemos en cuestión de segundos a lo que nos gustaría que fuera. Pero una nube nos da un empujón y nos arroja a lo que realmente es. Y una línea de puntos negros nos destaca la diferencia. No sueñes con imposibles, pues la realidad es más dura. Atiende a lo que te llega sin desear lo que te gustaría que te llegara. La realidad es dura y no podrás cambiarla.

Y el destino está ya escrito por las líneas de puntos negros del fondo. Sólo nos queda llegar. Y si corremos, corremos, y llegamos. Llegamos al destino escrito y no podemos cambiarlo. Pero renegamos de él. Y lo intentamos borrar. Y formamos una mancha, un borrón de tinta corrida. Y escribimos encima. Pero no se ve. Y llega alguien tras nosotros y de nuevo corre la tinta. Y reescribe el destino. Y era el que había antes.

No se debe soñar si se sabe que es imposible. No soñemos con cambios, ni con amores. No soñemos con que se erradique el hambre de todo el mundo. No soñemos con que nos quiera esa persona tan especial. Porque todo eso no se cumplirá. El destino está escrito. Y no podemos cambiarlo. Y aquellos puntitos negros se extienden y ya no dejan espacio para escabullirnos. Los puntos se unen y forman una línea. Ya no tenemos espacio para ascender al cielo y soñar. Es una línea. Una férrea línea que nos impide soñar. Ya ni soñar es gratis. Pagamos un duro precio. La desilusión. La tristeza. Ya ni soñar es gratis.

Foto: «The passenger», por Las Heras

Sonreiré

Cuando este sol tan brillante ilumina tu sonrisa. Cuando el ruin y mezquino viento desvanece tu mirada. Cuando dejas de existir, y cuando renaces sabiendo lo efímeros que son los sueños. Si alguna vez me equivoqué, aun sabiendo que me confundía, y continué. Si alguna vez destrocé alguno de tus sueños. Si el destino decidió intervenir fue porque se lo pedimos. Si las ruinas que ahora quedan son de aquel feliz recuerdo, las conservaré.

Cuando sé que no te tengo, y te tengo. Cuando mis sueños se quedan en eso, sueños. Cuando pierdo la razón y recuerdo que se quedó contigo. Si alguna vez quisiste amarme, si alguna vez me sentiste, si algo te lo impidió… Si la luz de la luna se apodera de mi cuerpo, si las estrellas me invitan a irme con ellas, si el viento me agarra de la mano y me lleva volando, me iré.

Porque el dolor no es dolor si lo acompaña el olvido. *Porque la paz, si se consigue mediante la guerra, no es paz.* Porque yo no soy yo si no estás tú. Complejo dilema. Porque mis labios te persiguen, porque mis ojos te sueñan, porque mi vida te pertenece. Y de nuevo más de lo mismo. Y si un escalofrío se apodera de mi cuerpo, de nuevo has aparecido. Y si un suspiro se apodera de mi voz, de nuevo te he recordado. Y si esta luz se apaga, dormiré tranquila en la oscuridad. Y cerraré los ojos. Y se encenderá una luz verde. Verde de esperanza. Y sonreiré. Y te veré. Y te sentiré.

Foto: «El dorado», por Las Heras

*Frase extraída de un poema que escuché recientemente en el bar Bukowski, en Malasaña.

Madrid

Madrid. 23 de septiembre. 15 horas y 58 minutos. Madrid. Madrid. Apoyada en el poyo de la ventana, observo. Los coches pasan. El tráfico no perdona. Plaza de España. Verde. Mucho verde. La boca del metro. La gente sube. Baja. Son personas. Y tienen vida. Quién sabe cómo serán sus vidas. Curioso pensamiento. Mi mente, ahora, colapsada. Por rayos de sol que penetran en mi cerebro. Y la deixis, y la semántica, y la retórica…

Al fondo, el Senado. Sí, uno de esos sitios donde se reúnen los que nos dirigen y deciden cosas que no cumplen. Sí, el Senado. Es bonito. Un poco raro. Y en la plaza, niños jugando. Personas leyendo revistas. Parejas abrazadas… ¡Oh, fibra sensible! Parejas. Amor. Se respira amor en este aire. Pero es amor lejano a mí. Un amor que pertenece a otra gente.

Al otro lado, callejones. Callejones entre los que me pierdo. Callejones entre los que te busco y no te encuentro. Y coches, muchos coches. Demasiados coches. Y autobuses. Una ciudad con ruido, sin duda. Pero yo encuentro el silencio. Es sencillo. Sólo hay que cerrar los ojos y sentir la brisa que acaricia la ventana. Sienta tan bien… Y los ruidos se transforman en dulces cantos de pajarillos, ausentes en realidad. Y se callan. Y hay silencio. Un silencio sepulcral.
La playa. Ahora veo la playa. Las olas juegan entre ellas y me invitan. Pero no debo acercarme. Si lo hago, volveré a la realidad. El ruido de los coches es ahora el movimiento de las olas. San Sebastián. Es la Concha. Me encanta. Y aparece tu mirada en el horizonte. Y tu sonrisa. Y tu figura. Sonrío. Te acercas. Me alejo. Y aparecen ellas. Todas aquellas personas que tanto añoro y echo de menos.

¡Pi! Un claxon. Abro los ojos. Sonrío. Logré evadirme de la gran ciudad. Aunque en realidad es esto lo que quiero. Y vuelvo a respirar la polución. Y regreso a la deixis, a la semántica, a la retórica…

Foto: «Madrid», por Las Heras

Llora, duele, quema

Llora. Llora el azul del cielo cuando las nubes lo cubren. Lágrimas que se deslizan por el verde de los montes y se estrellan contra el suelo. Llora una flor al ser pisoteada. ¡Pobre florecilla! Tanto esfuerzo para nacer y ponerte tan preciosa para que un desgraciado pose su pie sobre tu cuerpo. Y lloro yo por resignarme a no escuchar tu voz. Lloro.

Duele. Duele una piedra que choca contra mi cabeza. Duele nacer y darse cuenta de que no se merecía. Duele morir bajo tierra, tan cerquita del infierno. Duele saber que el amor sí se termina y que lo que tú sentías no era más que una mentira. Duele… Me duele.

Quema. Quema el sol sobre mi espalda cuando me tumbo a dormir. Quema, mas no me retiro. Quema un mechero al tratar de encender un cigarrillo. ¡Me despisté! ¡Y me quemé! Quema el fuego del infierno donde ardo al huir de ti. Quema. Si estuvieras tú a mi lado, quemaría igual. Pero no importaría. Quema tu cuerpo, es puro fuego. El mismo fuego del infierno. Pero es tu cuerpo. No importa. Da igual. Pero quema. Sí.

Y es que dicen que quien con fuego juega se quema. ¡Y es cierto! Tú eres el mejor ejemplo. Jugué contigo. Jugaste conmigo. Pero yo no soy fuego del infierno. Tú sí. Esa es la diferencia. A mí me quema, me duele y lloro. A ti te da totalmente igual. Y yo no jugué. Yo no sé jugar. Tú sí. Esa es la diferencia.


Foto:
«Orange», por Las Heras

Periodista y escritora