Hacia el cambio

Empezó sigiloso, cuando nadie lo esperaba. Unos gritaban, escondidos en los bares. Otros se quejaban sin quejarse, y cuando llegaba el día, acudían a las urnas y volvía a suceder siempre lo mismo. Una y otra vez.

Pero lo recuerdo, lo recuerdo con cariño. Y me convence la idea de que nadie lo va a olvidar.
Era una jornada más, de un 15 de mayo especial. Por la tarde, una concentración más. Pero entonces sucedió. Para creyentes y ateos, el milagro se logró. Imágenes de esperanza llenaron todas las plazas. Miles y miles de gentes salieron a protestar, por un mundo que no es justo, un mundo con corrupción y delitos de guante blanco, que se aplauden sin dilación. Donde el dinero es el amo de las mentes más enfermas. Un mundo que hay que cambiar, si es que queremos sanar, de esta larga enfermedad que nos fueron metiendo en vena desde que vimos por primera vez el sol.

Y el Sol nos ayudó a caminar adelante, y pensaban que era el final. Pero se equivocaban, eso no iba a ser así. Millones de personas volvieron el 15-O a las calles de todo el mundo, y lo seguirán haciendo mientras haya una sola injusticia más. Millones de voces en una sola voz, que reclama libertad y dignidad. Indignados los llaman. Sí. Indignados, porque les robaron la dignidad. Se despertó el planeta, despertaron las conciencias; el dinero dejó paso a la solidaridad, la violencia al pacifismo.
¿Y qué pasa con los de arriba? ¿Qué dicen ellos? ¿Ellos? Ellos lo llaman terrorismo.